miércoles, 12 de diciembre de 2007


Hace unos días mi amigo Fabián me envió este pps. La primera vez que lo leí, a la ligera, me emocioné. Me encantó. Acá va:

Queridas amigas:
1) Nos importa un carajo cuánto pesan. Es fascinante tocar, abrazar y acariciar el cuerpo de una mujer. Pesarla, no nos proporciona ningún efecto
2) No tenemos la menor idea de lo que es un talle. Nuestra evaluación es visual. Es decir, si tiene forma de guitarra, está buena. No nos importa cuánto mide en centímetros. Es una cuestión de proporción, no de medida.
3) Las proporciones ideales del cuerpo de una mujer son: Curvilíneas, pulposas, femeninas... Esa clase de cuerpo que de un solo golpe de vista uno identifica sin duda alguna y en una fracción de segundo.
Las flaquitas que desfilan en las pasarelas, siguen la tendencia diseñada por modistos, que dicho sea de paso, son todos maricas, y odian a las mujeres y compiten con ellas. Sus modas son, lisa y llanamente, agresiones al cuerpo que odian porque no pueden tener.
4) No hay belleza más irresistible en la mujer que la feminidad y la dulzura. La elegancia y el buen trato, son equivalentes a mil Viagras
5) El maquillaje se inventó para que las mujeres lo usen. Usenlo. Para andar a cara lavada, estamos nosotros.
6) El pelo, cuanto más largo, mejor. Para andar con el pelo corto, estamos nosotros
7) Las faldas se inventaron para que luzcan sus magníficas piernas. ¿Para qué carajo se las tapan con pantalones anchos? ¿Para que las confundan con nosotros?
8) Una ola es una ola, las caderas son caderas y punto. Si la naturaleza les dio ese aspecto curvilíneo, es por algo y reitero: a nosotros nos gustan asi. Ocultar esas curvas, es equivalente a tener tu mejor sillón embalado en el sótano.
9) Es una ley de la naturaleza que todo aquel que se casa con una modelo flacucha, anoréxica, bulímica y nerviosa al poco tiempo se elige una amante pulposa, simpática, relajada y llena de salud.
10) Entendámoslo de una vez, traten de gustarnos a nosotros, no a ustedes, porque nunca van a tener una referencia objetiva de cuán lindas son de mujer a mujer. Ninguna mujer va a reconocer jamás delante de un tipo que otra mujer está linda.
11) Las jovencitas son lindas... Pero las de 35 para arriba, son el verdadero plato fuerte. Por Karina Mazzocco, Eva Longoria, Angelina Jolie o Demi Moore somos capaces de cruzar el Atlántico a nado.
12) El cuerpo cambia. Crece. No pueden pensar, sin estar psicóticas, que les puede entrar el mismo vestido que cuando tenían 18 años. Además, una mujer de 40, a la que le entre la ropa de cuando tenía 18, o tiene problemas de desarrollo, o se está autodestruyendo.
13) Nos gustan las mujeres que saben manejar su vida con equilibrio y saben manejar su natural tendencia a la culpa. O sea: la que cuando hay que comer, come con ganas (la dieta vendrá en setiembre, no antes); cuando hay que hacer dieta, hace dieta con ganas ( no se sabotea ni sufre); cuando hay que tener intimidad de pareja, la tiene con ganas; cuando hay que comprar algo que le gusta, lo compra; cuando hay que ahorrar, ahorra.
14) Algunas líneas en la cara, algunos puntos de sutura en el vientre, algunas marcas de estrías, no les quitan su belleza. Son heridas de guerra, testimonio de que han hecho algo con sus vidas, no han estado años en formol ni en un spa. ¡Han vivido!
El cuerpo de la mujer es la prueba de que Dios existe. Es el sagrado recinto donde nos gestaron a todos los hombres, donde nos alimentaron, nos acunaron, que nosotros sin querer las llenamos de estrías, de cesáreas y demas cosas que tuvieron que ocurrir para que estemos vivos.
Cuídenlo. Cuídense. Quiéranse.
La belleza es todo eso. Todo junto

Un hombre.


Le agradezco a Fabián el envío, porque me levantó la moral. Pero después me empezó a dar vueltas por la cabeza, porque me pareció que tenía algunas falacias. Acá van mis comentarios.
Nota: estas notas responden a lo que pienso y lo que piensan mis amigas. No hablo por todas las mujeres.
Es mentira que el peso y la altura no importan. Si nos sobran más de dos kilos, no nos mira ni el loro. Es más: los hombres son crueles, y no dejarán de señalarnos como la ballena blanca si osamos ponernos alguna malla recién llegadas a la playa. Y a la gordita, aunque sea la mujer más divina del mundo, no le darán siquiera la posibilidad de demostrarlo, porque la dejarán sola en un rincón. Y las modelos de pasarela son las que se quedan con los mejores tipos y son el centro de todas las miradas al entrar a algún lugar.
Estamos en un todo de acuerdo con que la feminidad, la dulzura, la elegancia y el buen trato son condiciones indispensables para una mujer. Tal vez algún hombre pueda explicarme por qué, entonces, muchísimos se buscan una guacha que los tiene de perritos falderos a la hora de los papeles, y a las que tratamos de cumplir con eso nos tratan displicentemente.
Hacemos todo lo posible para estar siempre bien, elegantemente vestidas y maquilladas. Pero eso significa muchísimo esfuerzo. Y a veces, cuando nos levantamos a las 6 de la mañana en pleno invierno, después de no haber dormido bien por habernos pasado la noche ocupándonos de algún hijo que no se sentía bien, es una tarea hercúlea. Aprécienlo entonces, y permítannos algunas excepciones. A nosotras también nos gusta tener la piel libre. Y ni hablar del verano cuando debemos tomar un subte y el maquillaje comienza a correrse mezclado con el sudor (porque nosotras también sudamos) transformándonos en espantosos muñecos de cera a medio derretir.
En cuanto al pelo, no hay nada más espantoso que esas mujeres con el pelo hasta la cintura, siempre descuidado y sin corte, que reparten piojos por la calle. Un verdadero horror.

Las faldas son magníficas, lo admito. Y es cierto que los hombres nos miran más cuando usamos ese atuendo. Pero estar en el andén a las 8 de la mañana, viajar en el tren, pasear un rato por Plaza Constitución, esquivar las veredas rotas con los tacos que ameritan esas prendas, es por lo menos incómodo.
Nosotras tratamos de hacer el esfuerzo de gustarles a ustedes, pero es gastar pólvora en chimango. Ninguno lo aprecia. Lo único que recordarán al día siguiente, y con suerte, es nuestra ropa interior. Las mujeres, en cambio, sí aprecian todo lo que hacemos
Karina Mazzocco, Angelina Jolie o Demi Moore son diosas a las que no les sobra ni un gramo ni tienen exuberantes lolas o caderas. Pero convengamos que, a la hora de los bifes, la mayoría de los tipos de 40 para arriba buscan las jovencitas con poco cerebro que les festejen los chistes estúpidos y a las que puedan manejar. Difícilmente se banquen una mujer que pretende tener una relación de igual a igual.
Las arrugas, las canas, las estrías, no le gustan a nadie, ni a hombres ni a mujeres. Se puede haber vivido sin necesidad de aguantarse esas antiestéticas cicatrices. Y si no lo creen, pregúntele a cualquier mujer qué siente cuando no tuvo tiempo de ir a hacerse el color, que tiene ojeras de cansancio a esta altura del año, y cuyos brazos empiezan a caer bajo la inexorable fuerza de gravedad (¡maldito Newton por haberla inventado!) cuando las revistas, la tele, los carteles de la calle la bombardean con imágenes photoshopeadas de diosas siempre perfectas.
Y unas consideraciones finales: a ustedes les gustan las mujeres que se cuidan, bien vestidas, elegantes. A nosotras también nos gustan esa clase de hombres.
La imagen del macho gritón y que consigue las cosas por el poder ya fue. Nosotras aprendimos a hacernos valer.
No queremos a un gordo que no pueda verse el pito debajo de la grasa, vestido de camiseta musculosa, short y medias oscuras con zapatos. Queremos a alguien que también se cuide, que sea sensible y nos mime. Que nos acompañe en nuestros proyectos y nos apoye, en lugar de pretender ser el macho alfa. Queremos una pareja, de PAR.
Y no se pregunten por qué cada vez les dan menos bola las minas: actúen en consecuencia.

martes, 11 de diciembre de 2007

Objetivos



- ¿Podría decirme, por favor, qué camino he de tomar desde aquí?
- Eso depende en gran medida del lugar a donde quieras ir - dijo el gato.
- No me importa mucho adónde... - dijo Alicia
- Entonces no importa mucho por donde vayas... - dijo el gato
LEWIS CARROLL, Alicia en el país de las maravillas
¿Cuántas veces nos sentimos decepcionados porque no conseguimos lo que queremos? Y no nos damos cuenta que vamos boyando por la vida, al ritmo de la marea, sin remar hacia ningún lado.
Muchas veces cuando no conseguimos lo que nos proponemos es porque simplemente planteamos malos objetivos, o insistimos en hacer las cosas como sabemos que no funcionan (Einstein decía que sólo un idiota puede pensar que haciendo las cosas de la misma manera va a tener un resultado diferente).
Los objetivos deben plantearse de forma positiva. Es más fácil acercarse a lo que uno quiere que alejarse de lo que no se quiere. Cuando se sabe cual es el objetivo, se camina hacia allí. Eso no quiere decir que la senda sea recta. Difícilmente lo es.
También es importante ponerse metas que estén más o menos bajo nuestro control. En mi caso, puedo pensar en irme a una pensión estudiantil en Londres, pero voy a sentirme muy mal si quiero pasar 15 días en el Bul-Jal-Arab (para los que no lo saben, es un hotel 6 -SEIS- estrellas).
Si nuestros objetivos son muy grandes, siempre está la opción de dividirlo en etapas más pequeñas. Pero no tanto como para sentir que es una nimiedad o, en todo caso, teniendo en cuenta que sólo es un paso más hacia un objetivo mayor.
Cuando tengo un sueño lo miro, lo acaricio, lo mimo, me imagino cómo será. Y lo disfruto desde el planteo. Y generalmente lo consigo.
¿Y a ustedes cómo les va con lo que se proponen?

martes, 4 de diciembre de 2007

Más despedidas




Despues de varios días de ausencia trataré de ponerme un poco al día con el blog.
Tengo ganas de sentarme a leer los blogs amigos, cosa que no pude hacer últimamente. Sucedió que, cuando podía (en mi casa) Internet dejó de andar. Varios días pasaron hasta que mi hijo habló con el servicio técnico, resultando ser una incompatibilidad con el antivirus, situación que hasta ese momento no había jorobado.
A eso se sumó que tengo una total imposibilidad creativa. El trabajo en la revista (que me apasiona) me está quemando las neuronas (las 2), y no me deja cuerda para escribir sobre otra cosa.
Pero quería contarles mi experiencia del fin de semana pasado.
Después de 15 años mi hijo menor egresó. Cuando ingresó tenía 4 años, así que es toda su vida. Mi 3 hijos fueron ahí, aunque mi hija cambió en polimodal.
En estos años pasaron muchas cosas. Algunas muy buenas, otras no tanto. Como además había actividades para adultos, hice allí mis primeras armas con inglés para padres en el momento en que me estaba separando, y me contuvieron mucho.
En particular con este grupo tuve desde siempre un feeling especial (con los chicos y con los padres y madres). De hecho me invitaron a ir con ellos a Bariloche, que no es poco decir en adolescentes en viaje de egresados, y fue una experiencia maravillosa.
El sábado fue la entrega de medallas. Como si no lo hubiera sabido desde el principio, cometí el error de maquillarme sabiendo de antemano que lloraría.
Entramos los egresados y los padres/madres (dependiendo del sexo del egresante) en una larga fila. Mi hijo me dió la mano muy fuerte, y así caminamos por el pasillo central. No hicieron falta palabras.
El acto académico fue largo (como todos los de este tipo) pero esta vez no me importó: era el último, y me daba mucha lástima que terminara.
Al subir al escenario "el profesor Pérez" (que también había sido profesor mío), quien estuvo conmigo en momentos muy difíciles y me dió todo su apoyo sin pedir nada a cambio me dijo que había pedido especialmente entregarle a Fede su diploma. Con lágrimas en los ojos (ya me había resignado) le dí un tremendo abrazo.
Después del acto vino el tentempié. Allí pude saludar a muchos de los chicos que me marcaron el corazón (y hago acá una mención especial a Daniela, sin que los demás se sientan olvidados). Muchas mamás se acercaron a agradecerme haber ido al viaje, y conversé con otros tantos, incluídos los profesores. Y se armó el bailongo. Los egresados se veían felices, disfrutando, bailando. Creo que va a ser duro separarse, pero es la ley de la vida.
A eso de las 3 de la mañana mi hija me pidió que la llevara a otro baile y nos fuimos cantando bajito, con la sensación del deber cumplido.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Adiós al amigo



Esta fue una semana bastante complicada, lo que me mantuvo ausente de los lugares que suelo frecuentar (como el blog, por ejemplo).
Laboralmente ando como loca, porque me hice cargo de la revista de la universidad para la que trabajo y hay que terminar la edición antes del fin de Noviembre. Para los que nunca trabajaron en editorial puede parecer una nimiedad, pero los que sí lo hicieron saben que el cierre siempre es una locura absoluta.
Pero como nunca las cosas vienen solas, el lunes se mudaron mis padres. Camión de mudanza para ellos, taxiflet para mí. Lo mío fue casi otra mudanza, pero con la diferencia que ellos llegaban a un departamento vacío y yo llegaba a una casa llena. Traje varios muebles que están desperdigados por doquier en mi domicilio. A eso hay que sumarle las cosas que me pidieron tener provisoriamente hasta armar la baulera. ¡Hasta el freezer me llenaron! Como debían trasladar la heladera, recalaron en mi casa (que tengo un freezer grande) para que no se les echara a perder la comida.
Me traje una enorme biblioteca, porque en casa los libros ya ocupan más lugar del deseable. Quedó preciosa en el hall. Pero como no puedo con mi genio, cada libro que mi madre separaba para regalar, yo lo metía en una caja al grito de “¿Esto vas a regalar?”. Conclusión: la susodicha quedó llena con los libros que me traje sin dejar lugar para los ya existentes.
Por otro lado, mis padres son muy afectos a las plantas, habilidad de la que no heredé ni una pizca (cosas de la genética). Pero como no podía dejarlas morir secándose solas (conmigo durarán un par de meses más, porque se me secan hasta los cactus), me las traje, por lo que mi casa se convirtió en un vivero. Tengo 3 plantas en la cocina, 2 en el baño grande, 1 en el chico, 1 en mi dormitorio…
Pero lo peor de todo fue una planta que mi padre quería mucho y que traje esta tarde en el auto. Les describiré el cuadro: bajado que estaba el asiento posterior del auto, había allí una mesa rodante, una alfombra, porquerías como bafles, parlantes, luces, transformadores, clavas, un bate de béisbol, una raqueta de badmington, almohadones de 50 x 50 para los sillones del living, y en el asiento del acompañante esta planta (“la lechuga”, para los íntimos) con unas dimensiones descomunales (a tal punto que media planta salía por la ventanilla). Ahora la tengo en el medio del living, por lo que ya me siento Tarzán en la jungla. La gente, al verme pasar, me señalaba y se reía (juro que es verdad).
Pero antes de ir allí fuimos a almorzar al nuevo departamento (no se si había comentado antes que parecemos “Los Campanelli”). Hablamos de todas las contingencias lógicas, felicitamos a los felices nuevos propietarios y brindamos con champagne. El lugar está precioso, y los “estrenantes” están muy contentos.
Como mañana hay que entregar la llave, después de los postres fui a buscar todo lo que faltaba.
La casa que había sido mi hogar estaba vacía. Mis pasos resonaban en las paredes desnudas. Era sólo un cascarón. Subí al piso superior, hice una última recorrida, recordé muchas cosas. Miré por última vez el que había sido mi dormitorio de la adolescencia. Las palabras que mi hermano había pronunciado poco rato antes resonaban en mi cabeza: “la casa es uno, no el lugar físico”. Y es cierto. Pero de cualquier manera lloré. Me despedí de ella como quien se despide de un viejo compinche. Cerré la puerta y me fui sin mirar atrás. Una nueva etapa empieza.

martes, 13 de noviembre de 2007

Terminal (o mi odisea con Air Madrid)




23 de Septiembre. Se suponía que ese sería mi último día en Madrid… Se suponía.
Aunque la noche anterior había ido a un pub a escuchar música en vivo (y muy bien acompañada, por cierto, por un señor de raza negra que había conocido mientras cenaba), me levanté temprano. Dí una vuelta por la Plaza Mayor y el centro, y ya fui para el aeropuerto. Eran las 4 de la tarde, así que tenía todo el tiempo del mundo (el avión debía salir 23.50). Por suerte pude despachar el equipaje temprano, para no tener que pasar el día con todos los bártulos. Eso tuvo sus ventajas: me dieron asiento en 1º en lugar de turista (aunque no lo supe hasta subir al avión).
La espera se hizo larga: salía un rato a la calle, volvía a entrar, subía al primer piso, bajaba nuevamente, tomaba un café… ¿Por qué será que la espera cansa a pesar de no estar haciendo nada?
Una nota graciosa: en el aeropuerto de Luton (Londres) hay grandes pantallas de plasma donde se informa que ese aeropuerto está haciendo lo posible por evitar la contaminación sonora, y que por ese motivo los vuelos sólo se anuncian en pantalla. En Barajas tienen el mismo principio, pero lo hacen a lo gallego: lo anuncian por los altoparlantes. ¡Son increíbles!
A eso de las 21.30, cuando ya había leído medio libro, conocía el aeropuerto como la palma de mi mano, había hecho 25 SUDOKU (un juego de ingenio de moda en toda Europa), había tomado 45 cafés y había conocido todos los baños, fui a la zona de embarque. Dí una vueltita chiquita por el free-shop porque ya estaban cerrando (de cualquier manera, mi situación económica no me hubiese permitido comprar mucho que digamos…). Parece mentira: Madrid es una ciudad que no duerme y en el aeropuerto, donde hay gente las 24 horas, a las 22.00 ya no hay ni dónde tomar un café.
Por fin llegó la hora del abordaje… pero no pasó nada. Otra hora más, y ni noticias. Los ánimos empezaron a caldearse: ni siquiera había un poco de agua para tomar. Había dos máquinas expendedoras de gaseosas pero funcionaban con monedas, y éstas escaseaban. La gente estaba impaciente. El cuartito para fumadores parecía Londres (pero no era niebla: era humo). Había algunos chicos durmiendo en los asientos, y muchas personas de edad.
Por fin anunciaron el vuelo anterior (el de las 23.30), y nos avisaron que sobraban algunos lugares, que podrían ser ocupados por los más apurados. Yo no quise ir porque pensé que iba a ser un lío con el equipaje. Algunas personas subieron, y partió el avión.
Después de otra amansadora, ya muertos de sueño, hambre y sed, nos hicieron abordar. El avión era de bandera portuguesa, y la tripulación dejaba bastante que desear.
Empezó a pasar el tiempo… y no pasaba nada: el avión seguía con todas sus ruedas sobre suelo madrileño. La tripulación no explicaba nada, las azafatas nos trataban como si fuéramos basura, el comandante de abordo, cuando se dignaba decir algo, lo hacía en portugués o en inglés (yo lo había escuchado hablar en castellano, así que lo hacía adrede). En la parte posterior del avión empezó a faltar el aire, y la gente empezó a caer como moscas. Los ubicaban acostados en los pasillos y las azafatas trataban de hacerlos reaccionar. La gente ya estaba histérica y a los gritos.
En medio del caos llegó la guardia civil explicando que en bodega había equipaje que no pertenecía a ningún pasajero, y que por problemas de seguridad eso impedía el despegue. Yo supongo que esas valijas de más eran de la gente que viajó en el vuelo anterior. ¡Pobre gente!: ese equipaje quedaría en Madrid, y vaya uno a saber cuándo lo recuperarían.
Tuvimos que esperar que vaciaran la bodega y pusieran todos los petates en la pista. Y ahí vino lo peor: ni siquiera se ponían de acuerdo en cómo se iba a hacer el reconocimiento de maletas. La tripulación decía una cosa, y la guardia civil otra. Por fin llegaron a un acuerdo: la gente saldría en grupos de quince por adelante, reconocería el equipaje, y entraría por atrás.
Abrir la puerta de atrás fue un gran alivio, porque los desmayados, al correr un poco de aire, empezaron a reaccionar (a nadie se le ocurrió llamar a un médico).
Por fin me tocó el turno, y bajé a la pista. Fue bastante cómico, porque al principio nos hicieron estar todos juntos, como si fuera una cosa realmente seria, pero después cada uno hacía lo que se le daba la gana. Como yo no encontraba una de mis valijas (había comprado una chica en Londres para poder traer los souvenirs), anduve dando vueltas por donde quise. Podría haber hecho cualquier cosa (y después hablan de la seguridad…).
Reconocido que fue todo el equipaje, tuvimos que esperar que lo volvieran a cargar… Y seguíamos sin despegar.
A las 5 de la mañana llegó el piloto (¡debíamos haber despegado a las 23.50!), que todos suponíamos ya en cabina, y se encerró en dicho cubículo.
Espera que te espera, seguíamos ahí. La gente ya estaba a los gritos pelados. Por fin, a algunos les convidaron unas bolsitas minúsculas de maní (yo incluida) con un vaso de agua mineral (racionada, porque nos decían que debía alcanzar para todo el vuelo).
Un hombre ya totalmente desquiciado agarró el teléfono interno y puteó al piloto. ¡Para qué! El muy cobarde no dio la cara, pero llamó a la guardia civil nuevamente y nos informó que hasta que no llegara la policía el avión no se movía. Cuando llegó, el piloto exigió como condición para despegar que se llevaran detenido al insurrecto. Todos saltamos como leche hervida en defensa del histérico señor, que buenos motivos tenía. Pero el piloto (un absoluto imbécil mal parido) dijo que el vuelo se cancelaba, dio la orden a la policía que nos hicieran bajar por la fuerza, pegó media vuelta y desapareció. Eran las 7 de la mañana, y todos nuevamente en la zona de embarque (los negocios seguían cerrados, así que seguíamos sin poder tomar ni un vaso de agua, aunque sea para bajar el maní salado).
Como no tenía mucho que perder, traté de tomarme las cosas en joda, y empecé a divertirme. A esa altura ya éramos todos amigos. Como pasa siempre, un par de tipos se autoproclamaron líderes del movimiento y empezaron a dar instrucciones.
Los del aeropuerto nos pidieron que nos fuéramos para permitir que otros vuelos abordaran, pero nos negamos e hicimos un piquete, sentados en posición de indios frente a las puertas, y corriéndonos para impedir que los pasajeros subieran a otros vuelos.
Un muchacho (él, su mujer y yo ya éramos íntimos) llamó a Antena 3, que como cualquier medio que se precie está siempre a la pesca de un buen escándalo. De más está decir que no dejaron a los periodistas entrar en la zona de embarque, así que en un trabajo mancomunado algunos grababan escenas del escándalo, otro aportó su lap-top y se mandaron las escenas por Internet. ¡Qué grande la tecnología!
A esa altura del partido yo quise avisar a casa que no fueran temprano al aeropuerto… sin tener en cuenta que había cinco horas de diferencia, y que si bien para mí eran las 8.30, en Mi Buenos Aires Querido eran las 3.30. Recién me dí cuenta cuando mi pobre madre atendió con voz entre dormida y preocupada, pensando vaya a saber qué había pasado a esa hora de la madrugada.
El jaleo fue tan brutal que empezó a aparecer en las pantallas de los televisores locales, lo que hizo aparecer al Cónsul Argentino en la escena del crimen (bueno, tampoco exageremos…). Recién ahí apareció alguien de Air Madrid y del aeropuerto (ausentes sin aviso hasta ese momento).
Barajas ya empezaba a amanecer, los bares despertaban de su sueño y los negocios del free-shop levantaban sus cortinas como párpados gigantes.
Para calmar un poco los ánimos, nos dijeron que fuéramos a desayunar (obviamente a cargo de la empresa) a uno de los bares, mientras trataban de solucionar el “inconveniente”. Fue un café con leche con una factura pero para mí, que lo último que había probado había sido un sandwichito a las 5 de la tarde del día anterior, me supo fantástico. Así consiguieron distraernos una horita más.
Volvimos a la puerta que nos correspondía, y seguíamos sin saber si algún día volaríamos. La gente gritaba, cantaba, saltaba revoleando ponchos cual improvisados Soledades. Algunos dormían desparramados en los asientos, otros charlábamos. Lo que sí estaba claro es que de ahí no nos movía nadie.
Nos propusieron ir a un hotel, pero nos negamos. Sólo fueron algunos con nenes chiquitos y algunas personas muy mayores. El resto seguimos firmes frente a la puerta. Querían que nos vayamos porque impedíamos el abordaje de otros vuelos.
Por fin apareció la policía con los perros “para mantenernos controlados”, y pretendieron llevarse a una chica. Todos los hombres lo impidieron, y realmente creí que ahí terminábamos todos mal. Pero por suerte no pasó a mayores.
Una de las perras era una Belga igualita a Luna (la mía), medio cachorra, que lo único que quería era huir del lío y saltaba jugueteando. Ya parecía una opereta. Los pasajeros que empezaron a llegar para los vuelos de la mañana nos miraban asombrados.
Por fin nos anunciaron que, con un poco de suerte, a las 4 de la tarde saldría el vuelo, y que nos invitaban cordialmente a almorzar a un restaurante (también a cargo de la empresa).
Almorzamos todos juntos en una improvisada mesa grande, charlando como compañeros de colegio en un asado aniversario. Si debo decir la verdad, estaba encantada y me estaba divirtiendo mucho. Conocí gente realmente encantadora.
Por fin nos confirmaron que el avión saldría a eso de las 17.00 horas, que usaríamos el mismo avión pero que había que esperar que cambiaran la tripulación (menos mal, porque de no haber sido así supongo que más de uno los hubiese agarrado a las piñas).
Y despegamos…
A pesar de estar sin dormir, cansados, sucios, ya éramos todos amigos, y parecía un grupo de egresados de colegio. Charlábamos entre todos, nos dieron de cenar, contábamos nuestras experiencias de viaje y nuestras historias personales. Había varios brasileños que bajarían en Fortaleza y, a pesar de hablar portugués, nos entendíamos perfectamente.
Por fin al llegar a Brasil mi compañero de asiento se bajó, y yo aproveché para subir el apoya brazos, desparramarme cuan larga soy en los dos asientos y dormir como un angelito: había pasado 40 horas sin dormir.
Como compensación por la “demora” nos propusieron darnos otro pasaje válido por un año a cualquier destino de Air Madrid. La otra opción era no aceptarlo, e iniciarles juicio por daños y perjuicios. Yo opté por la primera opción. Realmente, no me preocuparía el año que viene tener otra amansadora, ya que pienso seguir viajando. Mientras me den el pasaje…
Y llegué por fin a Ezeiza. Ahí estaban mis viejos, firmes como rulo de estatua, a pesar de ser la madrugada.
La recepción de mis hijos fue hermosa. Los ví bárbaro. Para mí fue una experiencia alucinante, pero creo que para ellos también.
Siempre hay un antes y un después de estas experiencias. Cuando fui sola a Cuba en el 2000 sentí que había roto las cadenas con un matrimonio desastroso y pude empezar a caminar en la dirección deseada: la libertad. Pero tuve mucho camino que recorrer en estos 6 años, que no fueron fáciles, pero sí maravillosos. Siento que el esfuerzo que hice por crecer y mejorar no fue en vano. Aprendí a valerme por mí misma, y a pedir ayuda cuando la necesito. Y que pedir ayuda no significa debilidad, sino ser conciente que uno no puede con todo.
Me doy cuenta que, con todos los errores y peloteras de una familia normal, hice un buen trabajo con mis hijos, y se están transformando en personas normales (que no es poco decir). Que tengo unos padres fantásticos que me aguantan cualquier cosa. Que tengo unos hermanos y sobrinos de oro que son capaces de compartir mi alegría. Que tengo amigos que me quieren.
Pero lo más importante, es que soy capaz de cumplir mis sueños si de verdad me lo propongo.

sábado, 10 de noviembre de 2007

¿Euclides? ¿Qué Euclides?


No creo que este eminente matemático griego se haya basado en lo mismos temas que yo para plantear su geometría. Pero lo cieto es que, en mi casa, los planos horizontales son un problema. Cualquier superficie en esas condiciones se transforma irremediable y rápidamente en "superficie de apoyo".
Tengo una cocina enorme. A pesar de tener los chicos sus habitaciones, es el lugar donde se vive (excepción hecha del living, donde provisoriamente se encuentran las computadoras). Ahí mi hija, que estudia Diseño, usa TODA la superficie de la mesa para sus proyectos (1,20 x 1,80 no es poca cosa). Pero como eso no le basta, la tapa del freezer pasa a ser su sucursal. El otro día, como no tenía más espacio, ¡hasta puso cosas en el techo de la pecera! Huelga decir que no puede usar su escritorio porque está lleno de cosas.
Mi hijo menor optó por otra alternativa y, con una lógica irrefutable, deja las cosas (zapatillas, mochila, algún que otro apunte, ropa recién planchada) en el suelo, argumentando que ahí no corren el riesgo de caerse.
Por suerte mi hijo mayor es bastante más ordenado, y solo ocupa toda la mesa del living con sus libros de facultad.
En cuanto mí, mejor no hablar. Sobre mi escritorio hay varias carpetas: una, con un proyecto de libro de química que tal vez escriba alguna vez, otra con recortes de revistas que me resultaron interesantes, pilas de CDs, el quitaesmalte y el esmalte de turno (como no tengo mucho tiempo libre aprovecho mientras trabajo en la compu para pintarme las uñas)... y millones de libros desparramados. Eso incluye la mochila del baño, que se transformó en la subsidiaria de la biblioteca. Ocurre que llevo libros para leer pero, al terminarlos, olvido devolverlos a su lugar de origen.
Pero no creo que mucha gente esté dispuesta a compartir mi proyecto de hacer electrodomésticos y mesas "con techos a 2 aguas"... Patricia Cejas

jueves, 8 de noviembre de 2007

Sobre heroes y tumbas


"La vida de los muertos perdura
en la memoria de los vivos"
Marco Tulio Cicerón





A la mañana estamos en la oficina mi amigo Daniel y yo. Por suerte nos llevamos muy bien, y es un tipo bárbaro con el que nos enganchamos a charlar.
El tiene en su computadora unos parlantes lindos, y entre los dos juntamos mucha música buena que aprovechamos a poner a la mañana cuando estamos solos.
Ayer, cuando llegó, me dijo: “hoy te dedico la música a vos”, y puso a Queen. Al rato me hizo un comentario: “Yo creo que hay 3 músicos que no deberían haber muerto: Freddie Mercury, John Lennon y Barry White”.
Y yo me pregunté ¿es así? ¿Qué significa “haber muerto”? Cuando yo escucho Love of my life (bastante seguido, porque es el ringtone de mi celular) no puedo creer que haga 15 años que Freddie no está. ¿Y hay alguna diferencia para mí? Creo que no.
Pienso que hay gente que (para bien o para mal) le ganaron la batalla a la muerte. Los nombrados son algunos de ellos. En distintos ámbitos, están Ghandi, la Madre Teresa, Julio César, Picasso, Shakespeare, Fontanarrosa, y muchísimos más. Es gente que hizo otra cosa, que se destacó, que sobresalió de la media.
Hace un tiempo yo hablaba con mi hermano sobre el tema. Le decía que, el día que me muera, quiero que me cremen (y me “chocolateen”) y esparzan mis cenizas por Londres. Mi sobrina, horrorizada por el tema, me dijo “¿y no va a haber ningún lugar para ir a verte?” Y creo que, salvando las distancias, espero ese día haber hecho ALGO de mi vida para que puedan recordarme sin necesidad de llevarme flores a una tumba.
No todos podemos pintar el Guernica, pero sí podemos hacer que nuestra vida valga la pena. Podemos jugarnos por nuestros ideales, podemos hacer nuestro trabajo con responsabilidad, podemos criar a nuestros hijos para que sean personas de provecho y, fundamentalmente, podemos hacer la vida de los que nos rodean un poco más placentera y conseguir que nos recuerden con una sonrisa. Y, quien sabe, tal vez consigamos nuestro pedacito de inmortalidad…

sábado, 3 de noviembre de 2007

No woman, no cry (Bob Marley)


Este es un post absolutamente bajoneante y personal, así que quedan avisados los que quieran saltearlo y pasar al siguiente blog.
Normalmente soy de las personas que siempre tiran para adelante, pero a veces me pongo triste. A veces es simple cansancio, que hace que uno vea las cosas más negras de lo que son (“Creí mi alma inservible, pero era cansancio vulgar, nada más –Silvio Rodríguez dixit-).
Pero otras tengo motivos.
El tema es que como siempre tuve la fama de ser fuerte, independiente, corajuda, paciente, los demás piensan que esas cosas simplemente “no me pasan”. Creen que siempre resurgiré como el Ave Fénix, que no necesito nada más que a mí misma.
Pero esa visión no es injustificada: cada uno le enseña a los demás cómo debe ser tratado.
Siempre fui de “las que no hablan para no hacer ruido”. Me molesta sobremanera joder a los demás. Y soy una férrea defensora de la libertad individual, aunque algunos no lo entiendan.
Pienso que la tristeza tiene mala prensa. Pero creo que no es un mal lugar para visitar de vez cuando. Pero "dormir el sueño eterno en su cama me parece excesivo".
Estar triste nos permite parar la máquina (¿observaron que no tenemos ganas de nada en esos momentos?) mirar para adentro, analizar lo que nos pasa y procesarlo, para luego salir a la calle con el problema elaborado.
La tendencia actual es a estar siempre bien, sonriente, maquillado. Pero por lo menos yo, si no pienso en lo que me pasó, me queda adentro y no me hace bien. Eso cuando no se empieza a transformar en broncas y odios que a la larga terminan siendo mucho más grandes que lo que se merecen.
No nos damos tiempo para estar con nosotros mismos, a pesar de habernos acompañado desde la cuna. ¿Por qué a veces nos tenemos tanto miedo? ¿Qué tememos encontrar?
Pero de vez en cuando, sólo de vez en cuando, necesito un abrazo amigo que me proteja...

domingo, 28 de octubre de 2007

And the winner is...

Ayer fui a ejercer mi derecho ciudadano. Independientemente del resultado, es lindo poder acercarse cada 4 años a las urnas. Hasta me creí que mi opinión a través del voto era importante.
Pero no quiero hablar acá de política, sino del mismísimo acto electoral.
Yo vivo en un gran pueblo con pretensiones de ciudad. Y voto frente a la estación del tren.
Llegué con mi auto a eso de las 11 de la mañana. Era un hervidero de gente, así que estacioné a una cuadra donde, como era de rigor, se me acerca un pibe y me dice "¿Se lo cuido, doña?", lo que en castellano básico quiere decir: "Ni lo voy a mirar, pero cuando vuelvas tenés que darme una moneda".

Nota al margen: ¡Me tienen podrida los cobros por estacionar! En 1º lugar, porque tenía entendido que la calle era pública, pero si quiero dejar el auto estacionado en la vereda, sin protección, al rayo del sol, ¡encima tengo que pagar! ¡Y con monedas! Si tan siquiera hubiera alguien que me garantizara que al regresar lo voy a encontrar en las mismas condiciones en que lo dejé, vaya y pase. Pero pagar para que el intendente de mi zona, atornillado al sillón y probadamente corrupto, cambie su auto y su casa sin que le tiemble la mano, ¡me pone verde!

Vuelvo.
Al llegar a la esquina ya encontré a un señor que, avivándose de la hora, había puesto una parrillita donde se cocían unos cuantos chorizos. Y otro que, un poco para acompañar, vendía agua y gaseosa. No me fijé si, aunque estuviera prohibido, también vendía cerveza.
Entré al colegio y busqué la mesa que me correspondía. Tuve la suerte de estar a la sombra y que hubiera poca cola (lo que no me garantizó tardar poco, como explicaré a continuación).
La mujer que estaba delante mío tenía 81 años. ¡Una divina! Arreglada, informada, agradable. Detrás mío, una mujer de 85 acompañada de su hija, probablemente mayor que yo. Entre las cuatro tuvimos una larga charla que amenizó la espera. Me encantó ver que, aunque podrían haberse quedado en sus casas, tenían ganas de participar.
Estábamos conversando cuando se armó dentro del cuarto oscuro un tremendo revuelo. La presidenta de mesa con la urna y todas las fiscales entraron al susodicho cuarto. Después de llamar al fiscal general, y sin dar ningún tipo de explicación al resto de la concurrencia, salieron, se acomodaron, y continuó la votación.
Al acercarme a la mesa, dos de sus integrantes me reconocieron y, ya que estábamos, también estuve charlando con ellas. Sólo faltaban dos personas...
Entró al cuarto oscuro una mujer con su hijo, que tendría unos 10 años. Veinte minutos después seguía adentro. La señora que acompañaba a su madre me dijo: "Yo la conozco. Es odontóloga, como yo. Y siempre fue medio tarada".
La presidenta de mesa golpeó la puerta preguntando si había algún problema, a lo que la mujer contestó que no. Pero de cualquier manera hizo salir al nene.
Pasaron otros veinte minutos y, cuando le golpearon nuevamente la puerta, la mujer se asomó y dijo que faltaba la boleta que quería votar. Yo me pregunto: ¿esperaba que llegara por arte de magia?
Al final la hicieron salir y esperar a un costado mientras traían más boletas, pero por suerte reanudaron la cola.
Por fin, entré al cuarto oscuro. Fiel a mis principios, y conciente que mi candidato no ganaría, emití mi sufragio. Y me fuí cantando bajito. Le dí la moneda al pibe que ni siquiera me hizo señas si venía algún auto y me fuí a disfrutar de ese hermoso domingo de sol, agradeciendo no haber tenido que ser autoridad de mesa.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Sensaciones

Cuando la semana pasada mi vieja me llamó por teléfono para avisarme acerca de mi hijo, la sensación fue horrible: una mezcla de angustia e incertidumbre que sólo se calmó un poco al llegar a la clínica.
Creo que hay muchos tipos de sensaciones. Están aquellas que se relacionan directamente con los sentidos. Por ejemplo, yo adoro el olor a nafta, porque me recuerda cuando de chica hacíamos largos viajes con mis viejos, y gracias a los cuales conocí todo el país (me falta Mendoza, por si alguno tiene ganas de invitar...). O el perfume a jazmines, que me recuerda las navidades (una vecina tenía una planta que se ponía blanca de flores en esa época). También están las visuales, como cuando vemos un cuadro o una foto que nos emociona. O las táctiles: a mí me produce un inmenso placer acariciar a mi gato Juan cuando lo tengo a upa (iba a poner que me encanta acariciar algo peludo, pero sonaba feo). Y ni que hablar de la música...
Hay otras sensaciones ambidiestras, es decir, mezcla de placer y pánico, como la última vez que subí a la montaña rusa del Parque de la Costa. O la adrenalina que se siente haciendo deportes extremos. A estas sensaciones las elegimos nosotros. Son nuestra decisión.
Pero hay otras, buenas y malas, que se instalan sin permiso en el alma: el miedo, por ejemplo, tan desagradable él. Y que no me vengan con que nos prepara para el peligro. ¡La naturaleza podría haber buscado una forma más delicada, caramba!
O el amor, por más vapuleada que esté esta palabra. Son sensaciones que no podemos manejar pero que todos compartimos en algún momento. Muchas veces podemos decir: "Te entiendo... A mí ya me pasó."
Sin embargo hay otras maravillosas, únicas, personales que nos transportan. Por ejemplo para mí, estar en un avión cuando empieza a carretear y despega me produce una sensación orgásmica (con perdón de la palabra a los pudorosos). Cuando digo ésto mi hermano, que teme a los aviones, me mira con cariño pensando en qué ferretería va a conseguir el tornillo que me falta. Y yo pienso "No te calentés. No hay solución."
Me encantaría saber cuáles son sus sensaciones favoritas.


Pensaba con qué ilustrar este post, y ya que nombré al miedo 2 ó 3 veces, acá los dejo con Arbol entonando "Ya lo sabemos"

sábado, 20 de octubre de 2007

Suena el teléfono...

Uno cree que las cosas le pasan sólo a los otros, hasta que pasa a ser protagonista.
El jueves estaba tan loca como de costumbre. A la mañana me dediqué a preparar una presentación para una reunión que tendría a las 5 y media de la tarde. Lista que estuvo la carpeta, ya al mediodía, tomé mi yogur con cereales y me aboqué a la preparación de un trabajo que tenía que presentar a las cuatro.
Estaba en eso cuando sonó el teléfono con una de esas llamadas que nunca se quisieran recibir. Mi mamá me decía "que no me preocupara" (como si eso fuera posible) pero que volviera rápido porque mi hijo mayor estaba internado. "¿Pero qué pasó?", pregunté. "No sabemos. Está muy golpeado y perdió la memoria. Le están haciendo una tomografía". ¡Y yo que pensaba que la pérdida de memoria era sólo un truco de las novelas baratas, y sólo en los momentos convenientes!
Tomé la combi intentando hacer más rápido. El tránsito estaba tan endemoniado como de costumbre, pero las sensaciones son relativas: cuanto más apurado está uno, más semáforos se ponen en rojo, la vía esa por la que pasa un tren por día está cerrada, el chofer va tranquilo y despacito al compás de alguna canción que nunca es la que nos gusta y parece que TODOS bajan antes que uno demorando más aún el periplo. ¿Estará esto incluído en las leyes de Murphy?
Por fin, transpirada e histérica llegué a la clínica. De más está decir que entré a la guardia como una tromba y, sin preguntar a nadie ni pedir permiso me mandé a "la zona roja" (digo por la sangre...).
No voy a entrar en detalles innecesarios que todos deben imaginar. Concluídos los estudios lo trasladaron a una habitación en la que quedaría internado.
Al llegar ya estaban en la puerta 3 amigos, que se quedaron con nosotros el resto de la tarde. En los dos días que estuvimos (digo porque sólo me moví para ir a darme una ducha) el desfile fue interminable y el teléfono no dejo de sonar, situación que continuó en mi casa.
Como siempre trato de ver el lado amable de las cosas, y ya medianamente bajo control la situación (todavía hay que curar las heridas y sacar los puntos), me hizo sentir muy bien que tanta gente se preocupara por nosotros. En un alarde de arrogancia pienso que tan mal no estamos haciendo las cosas. Y me doy cuenta lo importante que es tener amigos. Siempre hacen que sea más fácil pasar el trago amargo.

lunes, 15 de octubre de 2007

Los desconocidos de siempre

Ayer fui a cenar con un amigo al que quiero mucho. Estuvo lindo. Nada especial, solo un encuentro con un caballero al que conozco desde hace más de 30 años.
En un momento la charla versó sobre los amigos... y eso me dejó pensando (maldita costumbre!!).
Creo que la longevidad de una relación no nos da acercamiento. Los seres humanos, afortunadamente, vamos cambiando. Y en las distintas etapas vamos juntándonos con diferentes compañeros de viaje. Y, debido a eso, vamos siendo amigos de unos y separádonos de otros. No nos peleamos, no discutimos. Simplemente decimos "lo llamo la semana que viene".
Porque ocurre que dejamos de tener cosas en común. Y las largas charlas dejan de ser nutritivas. Y no hay nada que se pueda hacer al respecto.
A veces hay personas que sienten la pérdida, pero la mayoría tenemos otras cosas en la cabeza.
Como leí por ahí, la panza de la mamá es un lugar maravilloso... hasta el cuarto o quinto mes. Ahí el bebé empieza a sentir la falta de espacio, y si no nace a los 9 meses se muere por falta de oxígeno. Pero al llegar a grandes pensamos en ese lugar como algo maravilloso, donde estábamos protegidos, alimentados y calentitos. Y tal vez con los amigos nos sucede algo parecido: nos quedamos en una relación que empieza a ser poco agradable sólo porque una vez fue maravillosa...
Eso lleva a pensar que es una lástima desperdiciar muchísima energía en gente con la que ya no tenemos tanta afinidad. Eso no significa pelearse ni muchísimo menos. Tal vez podamos tomar un café de vez en cuando o hacer una salida al cine (lugar especialmente apropiado para este tipo de relaciones, porque se habla poco). Y emplear el poco tiempo que tenemos en relaciones que EN ESTE MOMENTO nos satisfagan más.
Lo que digo no significa usar a la otra persona, sino todo lo contrario: no bastardear lo que una vez fue hermoso y tener el coraje de salir a buscar nuevas relaciones.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Viejas melodías


Estamos desarmando la casa de mis viejos. Aunque hace mucho que no vivo allí, es MI casa. No puedo olvidarme de las tardes de voley en la puerta, o jugar con los zancos que me había hecho mi abuelo y eran la envidia de todo el barrio (a saber: dos palos largos y dos más cortitos clavados en los anteriores y donde se apoyaban los pies. Un tesoro). Más tarde los "asaltos", con todos los preparativos previos: papel celofan de colores en las bombitas, correr la mesa para dejar espacio para bailar, elegir los discos. Y por qué no, el 1º piso, donde me besaba "escandalosamente" con Roqui, mi primer novio.
Muchos recuerdos, que se hacen más patentes con cada cosa que va apareciendo al guardarlas en los cajones.
Así que mi estado de ánimo por estos días no es muy bueno.
Teniendo ésto (y muchos otros conflictos sin resolver) en mi cabeza, me levanté el lunes temprano. Teníamos una reunión de trabajo a las 10 y debía salir rápido.
Para variar un poco llovía. Quise ponerme el piloto y, ¡Oh sorpresa!, no estaba. Refunfuñando me puse la campera, conciente que no hacía mucho juego con la ropa que tenía debajo.
Al subir al tren encendí mi MP3, y descubrí que "alguien" había sacado la pila. De cualquier manera hubiera sido inútil: detrás mío subió un vendedor con su enorme equipo que empezó a martirizarme con "los románticos de todos los tiempos". Antes de cometer un "vendedorcidio" me puse a escuchar las letras. Patéticas.
En dos canciones (distintas y consecutivas) el atribulado muchacho le cantaba a su ex novia que se casaba con otro, diciéndole que nadie la querría como él. En la tercera el cantor ahuyaba que la dama en cuestión nunca olvidaría que había sido suya. ¡Qué costumbre! ¿Por qué los tipos se piensan que cuando salimos con alguien pasamos a ser de su propiedad? Las minas no nos quedamos atrás: "Fulanita me lo robó", como si fuera la birome que dejamos sobre el banco al salir al recreo.
Pero volvamos al tema del blog. Inspirada por la "onda retro" provocada por el vendedor de CD truchos, bajé a mi computadora muchos temas que me traían recuerdos felices (y no tanto).
Algunos fueron:
All night long-Lionel Richie
All by myself - Air Suply
Ebony & Ivory - Mc Cartney Paul & Steve Wonder
California somnolienta-The mamas & the papas
Goodbye yellow brick road - Elton John & Billy Joel
¿Y a ustedes qué canciones les traen recuerdos?

viernes, 5 de octubre de 2007

Lo que no fue


Virginia por fin tenía un celular nuevo. Hacía mucho que tenía teléfono, pero por razones presupuestarias siempre se había conformado con los más baratos.
Este era distinto. Tenía todos los chiches: alarma, agenda, conexión a Internet, mail. Ella que nunca se había interesado por la fotografía ahora le estaba encontrando el gustito.
Y ahí surgió un problema: necesitaba una conección entre su nuevo celular y la PC para poder bajar las fotos. Y una tarde que andaba por el shopping decidió comprar el puerto. Preguntó en el stand de su compañía pero no tenían. Pero ya estaba ansiosa, y lo compró en otro de los stands.
La chica que la atendió fue muy amable, y, como era costumbre, le dijo: "cualquier problema me lo traés".
Llegó a su casa pronto y, antes de ocuparse de otra cosa, se dispuso a instalar el nuevo aparato: ya no aguantaba más las odiosas melodías provistas por el equipo y quería bajarse sus canciones.
Pero la tecnología es mezquina, y su nuevo puerto no quiso funcionar.
Al día siguiente, a la salida del trabajo, fue nuevamente al shopping a hacer el reclamo. Esta vez fue el dueño del local quien la atendió. Le explicó que no tenía otro, pero que le traería un recambio el día siguiente. "Si me das tu teléfono te llamo y te cuento qué conseguí". Y ella se lo dió.
A la mañana siguiente, mientras viajaba hacia la oficina, recibió un mensaje de texto: "Hola Virgi. Tengo tu nuevo puerto. ¿Querés pasar esta tarde a buscarlo?" "No hay problemas, como decía ALF", fue la respuesta que le surgió poniéndole un poco de humor a esa mañana tediosa.
Y allí fue. Juan la sorprendió con su comentario: "Me hiciste reir mucho esta mañana con tu mensajito. Me alegraste el día". Y se llevó su nuevo complemento.
Pero no hubo caso. Y los mensajitos empezaron a cruzarse. "Te conseguí un cable". "Bueno, voy esta tarde". Pero tampoco. Y siguieron otros, con el mismo éxito. "Ya no sé qué hacer con vos. Te devuelvo la plata". "No quiero la plata: quiero la conección".
Sin darse cuenta Juan y Virginia empezaron a acercarse. Ya se saludaban como viejos amigos cuando ella iba al negocio. Y se quedaban hablando un rato largo.
Por fin, uno de esos endiablados aparatos quiso andar, y Virginia se olvidó de avisarle a Juan como había quedado. Otras preocupaciones ocupaban su cabeza en ese momento.
Una mañana lluviosa, casi un mes después, Virginia pasó por la puerta del shopping. Diluviaba. Más por protegerse que por acordarse de Juan entró en la galería. Y lo vió.
"¿Qué hacés por acá a la mañana?", preguntó ella. "La empleada no pudo viajar con este aguacero y vine a reemplazarla. ¿Tomamos un café? No hay nadie, y si nos sentamos cerca puedo vigilar el local...". Y subieron al primer piso.
Charlaron mucho. Ese acento del interior que él tenía seducía a Virginia.
De pronto la mirada de ella se perdió en los ojos oscuros de Juan.
La lluvia arreciaba en el techo, y a Virginia eso siempre la erotizaba. Ya no tenía mucha importancia lo que hablaban. Dijeron algo de los hijos y los viajes, le pareció.
Su mirada bajó hacia su camisa abierta y se encontró allí con una mata de pelo sobresaliente. ¿Cuánto hacía que no apoyaba su cabeza sobre un pecho enredando sus dedos entre los rulos oscuros? ¡Cuánto ansiaba acariciar a alguien! Sintió la urgencia y su sangre corría por sus venas inundándola de un calor maravilloso.
Eran sensaciones viejas que su mente se esforzaba por olvidar y su cuerpo se negaba a dejar. Su mirada no podía apartarse de esa "V" oscura que se formaba enmarcada por el blanco de su camisa.
Tal vez el miedo, tal vez la sensación de "ya no estoy para estas cosas", lo cierto es que Virginia, sin quererlo, dijo "me tengo que ir".
- ¿Estás apurada?
- No, pero...
- Yo estoy acá de lunes a lunes. Cuando tengas ganas pasá y tomamos otro café.
- Bueno, cuando tenga un rato.
Y salió al estacionamiento. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas. La lluvia ya poco importaba...

jueves, 4 de octubre de 2007

China Town y el Museo Británico


Ese día me levanté muy temprano y fui a Piccadilly Circus. Con mi inglés básico me las arreglaba lo mas bien. Pude comprar, viajar, llegar a los lugares que quería. Me costaba un poco entender, pero todos eran muy amables y me explicaban con suma cortesía.
Llegado que hube a Piccadilly Circus, enseguida encontré China Town. ¡Esto es un barrio chino! Hay restaurantes, masajes, bancos, agencias de viaje… El tema es que antes de las 11.00 parece que nadie amanece. Para colmo, si querés tomar algo te traen huevos, tocino, tostadas, mermelada… ¡Ni se les ocurra café con leche y medias lunas (en todo caso, croisants)!
Caminando llegué a Camden Market. Este es un lugar increíble. Es una de las construcciones más antiguas de Londres (fue construído en 1263), una mezcla de mercado central, San Telmo, Recoleta. Para descansar un poco me senté al solcito mientras escuchaba un concierto de 2 violines y un violonchelo espectacular. Después empecé mi recorrida.
Estuve en una librería cartográfica A-LU-CI-NAN-TE. Había de todo: millones de globos terráqueos de todos los tamaños imaginables (de la tierra y del espacio). Globos para inflar, mapas antiguos y modernos para hacer cuadros. Agendas, rompecabezas, imanes, stickers, cortinas para baño, mapas y guías de todas las ciudades del mundo que se puedan imaginar. Fue un deleite.
A continuación vi un negocio con todos los juegos de video que puedan imaginarse. Mi hijo menor (al que le falta sólo el contacto en la nuca de la Matrix) hubiera desaparecido ahí por varias horas.
También había un negocio dedicado al rock (London Rock, como correspondía en el subsuelo). No hice más que pensar en mi hija Lucía: se hubiera vuelto loca en ese lugar. Desde Bob Marley hasta Los Beatles, pasando por Queen, Deep Purple, AC/DC, etc., había de todo: discos de oro, posters, remeras, llaveros, stickers, tazas. Lo más maravilloso eran las réplicas en miniatura de los instrumentos. Estaba, por supuesto, la guitarra de Brian, la batería de Roger y de todos los demás grupos. Eso sí: entre 35 y 140 £. No sé el tiempo que estuve ahí, pero fue mucho.
Terminé de recorrer el mercado donde hay grabados antiguos, réplicas de monedas romanas, ropa, alhajas. Antes de irme, y para tomar aliento, escuché a una cantante lírica que, SIN MICROFONO, cantó un aria de La Traviata (esta vez a la sombra, porque hacía mucho calor) ¡Qué voz maravillosa!
Me levanté y, un poco con el mapa y otro poco preguntando, llegué al Museo Británico.
Lo 1º que hice en el museo fue encontrar una billetera en el suelo. Por las dudas, la guardé como estaba en la cartera. A la salida la dejé en la ventanilla de objetos perdidos, donde me agradecieron enormemente.
Primero entré al pabellón de América. Después de ver el resto, llegué a la conclusión que los americanos son los únicos que tenían en cuenta a las mujeres. Había muchas representaciones de mujeres embarazadas y de la Pacha Mama. Lo que más me impresionó fue una enorme vitrina con todos los venenos que podían producirse con plantas americanas. Esta vitrina medía unos 20 metros de largo por 1 de ancho, y estaba llena en su totalidad de píldoras, pastillas y ampollas. Cuando leías lo que esos venenos podían hacer se te ponía la carne de gallina.
A continuación fui al pabellón de Asia, y les voy a contar mi impresión. 1º fui al sector hindú. Sus estatuas son todas oscuras y tremendamente ornamentadas, y en asanas de yoga. Por supuesto estaba bisnú, con sus muchos brazos.
Lo curioso de esta escultura es que es “asexuada”. Hombres y mujeres tienen el mismo físico: hombros y caderas anchas, y cintura bien marcada. Se diferencian porque los hombres tienen pito y las mujeres tetas, pero nada más. Sin embargo, la sensación es que lo importante está adentro, conociéndose a sí mismo, encontrando la paz, aunque ese camino sea “oscuro”.
A continuación entré al pabellón de China. Acá las mujeres no existen. Las estatuas son muy coloridas, pero agresivas. Las expresiones son violentas, como para infundir miedo. Las armas te dicen “ojo, que puedo romperte la cabeza cuando me de la gana”. Al contrario de los hindúes, los chinos hacen estatuas “para afuera”. Nada de paz. Nada de conocerse a sí mismo. Tienen sed de conquista.
En el 3º piso encontré, por fin, los pabellones de los egipcios. Lo que más llama la atención es cómo vivían pendientes de la muerte. ¡Debía ser terrible vivir planeando morir!
Excepto algunos sarcófagos inmensos, la mayoría eran bastante chicos, por lo que llegué a la conclusión que los egipcios eran flacos y petizos. Ninguno era más alto que yo. Impresionaba ver las momias de los chicos: ¡Había algunas tan chiquitas! También se nota la gran diferencia social que existía. Había unos cuantos nobles, y TODO el resto de la población vivía para su cuidado.
Estaba también la piedra roseta, mucho más simple y chica de lo que imaginaba. Sin embargo, tiene una significación maravillosa. Los egipcios escribían, y escribían, y escribían… No hay muchos pueblos de la antigüedad que hayan dejado tanto legado para poder entenderlos.
Al fondo del salón hay un inmenso mural de piedra. Justo una guía estaba explicando, y me quedé a escuchar. Fue interesantísimo. Explicó cómo formaban los murales y la posición de cada persona marcando su status social. Hasta la escritura tenía distintas alturas.
En el siguiente salón estaban los animales. Había muchas esfinges con cuerpo de león y cabeza de distintos animales, sobre todo halcones. Y muchos, muchísimos gatos, todos estilizados. Había también momias de gatos y halcones.
Quería ver el pabellón de Japón, pero el sólo hecho de tener que subir 2 pisos más me hizo desistir de la idea.
Al bajar eché un vistazo al pabellón del Islam y al de Africa. Este último tiene una escultura muy primitiva, incluso más primitiva que la americana.
A la salida hay una tienda de souvenirs. Desde ya, no compré nada. 10 £ era la moneda corriente (lo que para nosotros significan $ 60), y para mí era mucho para comprar pavadas.
Cuando salí del museo pensé en tomar el subte y volver al hotel, pero era temprano y el sol estaba maravilloso, así que decidí volver sobre mis pasos en el mismo recorrido. Y fue una pegada.
Primero me senté en un primoroso bar a comer un sándwich. Acá, en todos los bares, hay 2 precios: si te sentás adentro y te atienden es un precio (eat in, le dicen). Si vas al mostrador y te servís vos mismo, sale la mitad (take away).
La porción era inmensa, así que me llevé medio sándwich de atún, mayonesa, lechuga, tomate, jamón y queso (y todo por 2,50 £).
Caminando me fui metiendo por todas las cuadras peatonales que encontré, todas dignas de postal.
Descubrí que, si uno quiere ir a un teatro, tiene que sacar la entrada acá, y no reservar antes. Tienen el sobrante del día, que sale 50 % menos, y los tickets discontinuos, que son entradas que quedaron sueltas en medio de la sala, y que cuestan el 25 % de la entrada original.
Llegué nuevamente al Camden Market a eso de las 16.30. ¡Fue una pegada! Había mucha gente, y tomé una gaseosa compartiendo la mesa con 2 típicas ladys inglesas, ya mayores, con las que estuve conversando un rato.
Además de la cantante lírica que seguía ahí, había magos, malabaristas, músicos varios. A cada paso tenías un espectáculo gratuito para ver.
Después desandé mis pasos por China Town y el centro comercial de Piccadilly. La ropa no era demasiado cara (teniendo en cuenta los precios de ahí), pero no había muchas cosas lindas. Eso sí: los zapatos te dejaban bizca. Creo que no ví ninguno feo. Y encima tenían precios razonables: tenés buenos zapatos desde 15 £ (100 $). Eso sí: todos parecen zancos. Había alguna que otra chatita, pero la mayoría tienen unos 10-12 cm de taco. Ya arrastrándome llegué a la estación Piccadilly Circus. En esa esquina hay una hermosa fuente con mucha gente sentada en sus escalones, y yo no fui la excepción: no tenía aliento ni para tomar el subte.
Ahí sentada se pueden escuchar todos los idiomas del mundo. Hay muchísimas palomas, más caraduras que las nuestras, y más chiquitas. Más de una me rozó al levantar vuelo.
Cuando por fin conseguí levantarme, y antes de tomar el subte, recorrí un mall ubicado en esa misma esquina (Lilly White). Ahí compré un bolso con rueditas por 5 £ y unas remeras hermosas para los chicos por 2 £. Y no pude seguir más. Tomé el subte, y al ser hora pico estaba lleno de gente. Con mis reflejos condicionados, traté de apurarme un poco para conseguir asiento. Pero acá las cosas son distintas: nadie empuja, o corre, o putea. Si el subte viene muy lleno, simplemente esperan el siguiente. Si hay alguna dama parada, ningún caballero osa tomar asiento. ¡Así da gusto!
Era temprano para llegar al hotel, pero yo no tuve ninguna intención de volver a asomar la nariz por ese día.

martes, 2 de octubre de 2007

"Lo importante es lo de adentro"


¿Estarán hablando de los Kinder Sorpresa? ¿O es un triste consuelo para los feos?
Porque digamos la verdad: ¿quién se lo cree?
Empezó Octubre, y con él llegaron las inevitables remeritas que dejan ver los estragos que el invierno produjo en nuestras anatomías. Ya no hay sweters holgados que disimulen.
A eso se suma la televisión, las revistas, el diabólico Pothoshop que nos hace ver a todos los mortales como Cuasimodos después de la tormenta.
Hace rato que no creo en esa mentira. Convengamos que aunque mi cerebro sea similar al de Stephen Hopkins, tenga la bondad de la Madre Teresa y me vista de geisha para alegrarle la noche a mi pareja, si luzco como Betty la fea nadie me va a dar pelota.
Y no creo que esté mal. Creo que todos tenemos la obligación de cuidarnos, tanto por nosotros mismos como por quien esté a nuestro lado.
No pretendo tener al lado mío al muchachito alto, esbelto y lindo con el que me casé cuando ya pasaron 20 años de convivencia. Pero tampoco a un gordo fofo de camiseta musculosa, short, medias ¾ oscuras y zapatos desparramado en el sofá viendo el fútbol del domingo.
Pero a veces creo que se nos va la mano. Tanto hombres como mujeres solemos ver sólo la cáscara. Lo importante es tener a un lindo partenaire en la cama, en lo posible que no abra la boca, pero nada más. Nos estamos acostumbrando a la chatura y la conversación banal, y encontrar a alguien con quien poder hablar de algo más que del pronóstico o del choque nuestro de cada día se está transformando en una rareza.
Se ve que me estoy poniendo vieja, porque ya no me alcanza con el sólo atractivo sexual. Y digo “no me alcanza” en lugar de “no me importa” porque esto segundo sería una mentira. Pero quiero algo más. Ya perdí las esperanzas de encontrar al amor de mi vida, pero no me conformo con un touch & go.
Pero, por las dudas, estoy averiguando para hacerme las lolas…

viernes, 28 de septiembre de 2007

Juventud divino tesoro


Después de unos días de ausencia vuelvo al ruedo.
Estuve un poco más loca que de costumbre porque mi hijo menor cumplió 18 años, y los festejos empezaron el jueves y terminaron el domingo.
Les explico: el jueves vino una brigada de amigos para cortar el pasto, ya llegando a nuestras rodillas por la lluvia reciente. De más está decir que el trabajo hecho de esa manera es mucho más divertido. Y, por supuesto, algunos se quedaron a cenar.
La fiesta empezaba el viernes a la noche. Tuvimos que ir a buscar una mesa larga que nos prestaron para poner afuera (que era tan larga que tuvimos que ir con el baúl abierto), los platos que nos prestó otra persona, las bebidas y el hielo para enfriarlas (fue una buena idea: las pusimos en la ducha del baño chico y pudimos usar la heladera para la comida). Al llegar a casa el auto parecía el de los Beverly Ricos.
Varios se quedaron a dormir, para colaborar el sábado que hicimos ñoquis (obsérvese que mi hijo cumple el 29). Mi hermano tiene un restaurante, así que allí fuimos a buscar una olla inmensa apta para tal fin. Hacer ñoquis para 25 no es tarea sencilla. Por suerte una de las chicas se quedó haciendo la salsa.
Cuando las reuniones se hacen al mediodía suelen extenderse toda la tarde, y ésta no fue la excepción. Y también pasa que se come y bebe muchísimo más.
Pero la cosa no terminaba ahí, porque el domingo había que festejar con la familia. Por suerte mi santa madre me trajo un peceto cocinado y bebida. Yo sólo preparé una ensalada de arroz con atún y el postre.
Hoy estoy descansando en el laburo, y pensando un poco.
Por lo que me cuentan, otras casas son diferentes de la mía. A este refugio del hombre estoy por bautizarla "Roma", porque parece que todos los caminos conducen hacia acá.
Por ejemplo el lunes, al llegar del trabajo, estaban los amigos de mi hijo mayor, que hace teatro, preparando los disfraces para la obra de fin de año. Mate va, mate viene, llenaron toda la cocina de papel maché, globos y brillantina.
Unos días antes Fede (el del cumple) entraba más tarde al colegio. ¿Dónde creen que desayunaron todos? ¡¡Sí!! ¡Adivinaron! En mi casa.
Los amigos de mi hija dicen que les encanta venir acá, así que los sábados hacen "la previa" antes de salir, lo que significa hacer prepizzas (las compradas están imposibles cuando se trata de un batallón). Hace algunos fines de semana convergieron los amigos de los 3, por lo que mi cocina parecía Florida a la hora pico. Por suerte siempre tengo paquetes de polenta salvadores.
A tal punto se sienten cómodos que me ha pasado de llegar a casa y encontrar a los amigos SIN mis hijos. "¿Dónde andan los chicos?", pregunto ya nada sorprendida. "Fueron hasta la panadería", responden como si tal cosa.
Durante la semana siempre hay algún convidado a cenar. Y los domingos nunca sé con cuántos me voy a encontrar durmiendo en casa. A tal punto que mi última inversión fue comprar una enorme mesa de quincho para la cocina (que es muy grande), y tengo un futón y un sofá cama para esas eventualidades.
Pero el asunto no se limita a mi casa: a pesar de ya ser grandes, mis hijos siguen vacacionando conmigo. Hace 2 años fuí a la costa con ellos 3, y dos amigas de mi hija (5 adolescentes para este pobre cuerpo...). No hace falta que les cuente que allá había otros amigos que se reunían en el departamento (ese Enero no paró de llover) a jugar a las cartas o ver películas.
Hace 3 años fuimos a Villa General Belgrano, en Córdoba. Desde luego, mi hija tenía amigos en ese lugar.
En Julio mi hijo viene un día y me dice "Mamu... ¿Venís conmigo a la reunión del viaje de egresados?" "Sí, hijito, por supuesto" fue mi obvia respuesta sabiendo de antemano que se traía algo entre manos, porque usó "mamu" en lugar del clásico "ma". Esa misma noche me enteré que viajaría a Bariloche custodiada por 99 egresados.
Pero allí no termina la cosa. A veces mi hija me dice: "Má, ¿podés venir mañana temprano de la oficina que vienen las chicas a que les expliques matemáticas?" "¿Y cuántas son?". "5 ó 6, nomás".
Pero tiene su parte linda. A veces tenemos conversaciones realmente fantásticas. Me gusta mucho conversar con ellos y ver cómo intercambiamos ideas, cómo defienden sus argumentos. Desde chicos les enseñé a mis hijos que debían cuestionar todo, en especial lo que yo les digo, y hacer lo que ellos consideren correcto. Y, a veces para mi pesar, aprendieron muy bien la lección. No puedo decirles cualquier cosa, y suelen remarcarme los errores que cometo. Como dicen por ahí, el pez por la boca muere (en este caso, el pez vengo a ser yo).
Y debo confesarles algo: a pesar del bochinche, de ver la alacena disminuir en progresión geométrica, de nunca tener la casa en perfecto orden... ¡Me encanta!

sábado, 22 de septiembre de 2007

Los sueños... ¿sueños son?


Ayer leí un blog amigo que me encanta, y en él Guillo hablaba sobre las decisiones y los cambios. Ciertamente, los cambios no son fáciles. Somos animales de costumbres, y nos cuesta tirarnos a la pileta (aún sabiendo que está llena de agua). Y hay muchas dudas sobre lo que estamos haciendo. Sobre todo cuando no contamos con el total beneplácito de nuestros amigos/vecinos/conocidos/parejas.
Tal como Guillo, perdí mucho. Aunque, a esta altura, creo que “invertí”. Porque a raíz de eso conseguí muchas cosas que son ahora valiosas. Y las pequeñas metas alcanzadas en el camino son las que me permiten continuar y pensar que estoy en la senda correcta.
Siempre me dediqué a mi casa, mi trabajo y mis hijos. Pero hace 2 años me picó el bichito de hacer algo para mí. Y meterme en un crédito bancario que no sabía a ciencia cierta si podría pagar para irme a Londres. Guillo cita a Coehlo:
"El Mundo está en las manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños."

El blog en cuestión es “La otra caja de Pandora”. Y hablando de ello, Dolina dijo que no le quedaba claro si la esperanza era una invención celestial o infernal. Y si bien todavía no tengo un criterio al respecto, creo que los sueños tienen mucho que ver con la esperanza. Y yo no puedo vivir sin ninguna de las dos cosas.
Tengo un amigo que me banca a muerte, que me apoyó en mis proyectos más alocados, que no me juzga. Un día tuvimos una extensa charla sobre mi proyecto de ir al cumple de Freddie Mercury.
Al día siguiente le escribí un mail. Y al releerlo volví a tener esa fascinante sensación de correr tras los sueños. Acá quiero compartirla con ustedes. Sepan disculpar las intimidades.

Estuve pensando muchas cosas, y quiero compartirlas con vos, para poder verlas en detalle (porque ahora puedo ver…).
Hubo algo que dijiste que me quedó dando vueltas en la cabeza. Es cierto: siempre miré con el ojo izquierdo. Pero las cosas ahora han cambiado, y con un enorme esfuerzo (¿por qué las cosas suelen darme tanto trabajo? ¿Me pasa sólo a mí?) estoy acostumbrándome a mirar de cerca con el otro ojo.
Y me pregunto: ¿qué haría yo si por un momento me tapara el ojo izquierdo? Pienso en esto y yo misma me limito pensando en qué dirás vos al respecto. Pero voy a intentar no hacerlo.

Nota: Obsérvese que lado izquierdo, viene a ser algo así como el costado "lógico". El derecho, en cambio está especializado en sensaciones.

En primer lugar, me iría a Londres. Iría al Cavern, caminaría descalza por Abbey Road (¿Sabés por qué? ¿Conocés la historia?). Lloraría a moco tendido frente a la estatua de Freddie y juntaría montones de mariposas para soltarlas en ese momento. Eso sí: me tomaría el trabajo de buscar las más coloridas y brillantes. No me preguntes por qué Londres, pero lo siento como una asignatura pendiente. No es Saint Palais, cuna de mis bisabuelos, ni Italia, cuna de mis bisabuelas. Tampoco es Argentina, tierra ancestral de mi abuelo. Es Londres. Tampoco me preguntes sobre mi admiración por Freddie Mercury. Nunca fui fanática de nada, y es medio ridículo empezar a serlo ahora. Sin embargo él me produce un sentimiento muy particular. Es como si me cantara a mí y supiera llegar a mi fibra más íntima. Muchas veces escuché frases en sus canciones que dieron en la tecla justa cuando no podía definir muy bien qué me pasaba. Es algo bastante extraño, y no es porque nunca antes haya encontrado canciones con las que identificarme.
Vuelvo al tema. A pesar de todos los “debería” que tengo incrustados, mi espíritu se empeña en ser libre.
Odio los horarios y los relojes. Prefiero pensar que soy la dueña de todo el tiempo del mundo. No me gusta apurarme. Prefiero respetar mis tiempos.
No me gustan los compromisos. Me gusta hacer lo que quiero o estar con quien quiero cuando así lo decido. Y es maravilloso cuando esos momentos coinciden. Y encima tengo la suerte de adorar el trabajo que hago…
Me mudaría. Y no es por el cansancio de los viajes diarios a Capital (eso colabora), sino porque siento que terminó una etapa importante de mi vida, y necesito empezar una nueva. Quiero otra gente y otro lugar.
¿Cómo sería mi casa? El living sería de ladrillo vista. Pero no el de frentes, sino ese mucho más rústico. Tendría un gran ventanal a un costado, donde haría mis propios vitreaux para que entrara luz de colores. Las paredes estarían llenas de fotos, pero no de mi familia. Para horror de mis padres y de mi hija, pondría en primer plano una foto espectacular del culo de Freddie que capturé de un video. Realmente me parece un culito hermoso. Tendría también otra foto que saqué de un video de Brian May. Habría fotos de Marilyn, de Louis Armstrong, de Fred Astaire volando con la música. Por supuesto, una grande de Valentino en color sepia. Una foto de mi abuelo que me encanta. No faltaría la de Humprey Bogart. Desde luego, guardaría un rincón para colgar mi diminuta colección de instrumentos musicales.
Vendería los muebles que tengo (excepto la biblioteca de La Nación, que amo) y compraría sillones floreados, mullidos, una linda mesita de café, un mueble para poner la bandeja (ya que por fin tengo una), mis discos de vinilo, el equipo de cd, y pondría mi escritorio con mi computadora. Alguna que otra planta no vendrían nada mal (eso sí: artificiales. Las naturales se me secan irremediablemente). Ese sería MI lugar.
Mis hijos harán lo que quieran con sus dormitorios.
La cocina sería muy cálida. Nada de muebles de metal y vidrio (¡Guácala!). Me llevaría mi enorme pecera llena de plantas, adornos y peces de colores, mis perras y a mi gato Juan.
Mi dormitorio estaría pintado de verde. Colgaría el cuadro náutico en la cabecera de la cama. Me llevaría mis bibliotecas con mis libros, y pondría un lindo sillón para leer.
Reuniría a mis amigos en casa para cantar con las guitarras (¡me agarró el viejazo!) o para pasarnos una tarde de lluvia jugando algún juego de mesa.
Según mi alquimista y tarotista amigo Francisco ya resolví mi karma con mi ex. Mucha gente cree a pies juntillas en estas cosas. Yo creo en algunas, pero siempre pasando por el filtro de mi mente (es inútil. Ya dejé de luchar contra eso). Si me preguntás en qué creo, te cuento que creo en la reencarnación, en las vidas pasadas y futuras, en que el camino al cielo es largo y laborioso, en que siempre tendremos una nueva posibilidad, en que si pido al cielo siempre va a haber alguien que me ayude, en que las almas tienden a reencarnarse juntas, en que tenemos una misión en la vida pero que somos libres de cumplirla o no, en que traemos cuestiones sin resolver impresas en el alma, y que debemos tratar de resolverlas, en que el objetivo fundamental de la vida es crecer y aprender, en que hay personas que nos ayudan mucho, y que nosotros debemos ayudar a los demás sin pedir nada a cambio, en que lo único importante es hacernos cargo de nosotros, y fundamentalmente creo en la magia y en que todo es posible.

Y les cuento el final de la historia:
En septiembre de 2006 tomé el avión hacia Londres, donde fui feliz como nunca hubiera creído.
No me mudé. Todavía no llegó el momento. Todavía sigo amando esta casa donde mis hijos y yo somos tan felices (pero tengo las fotos de Freddie y de Brian en mi dormitorio). Y ya estoy soñando de nuevo con nuevos rumbos.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El Gen Argentino

He aquí un texto que muestra muy bien nuestro comportamiento:

"Los argentinos hemos sido ociosos por derecho y holgazanes legalmente. Se nos alentó a consumir sin producir. Nuestras ciudades capitales son escuelas de vagancia, de quienes se desparraman por el resto del territorio después de haberse educado entre las fiestas, la jarana y la disipación. Nuestro pueblo no carece de alimentos sino de educación y por eso tenemos pauperismo mental. En realidad nuestro pueblo argentino se muere de hambre de instrucción, de sed de saber, de pobreza de conocimientos prácticos y de ignorancia en el arte de hacer bien las cosas.Sobre todo se muere de pereza, es decir de abundancia. Quieren pan sin trabajo, viven del maná del Estado y eso los mantiene desnudos, ignorantes y esclavos de su propia condición. El origen de la riqueza son el trabajo y el capital, ¿qué duda cabe de que la ociosidad es el manantial de la miseria? La ociosidad es el gran enemigo del pueblo en las provincias argentinas. Es preciso marcarla de infamia: ella engendra la miseria y el atraso mental de las cuales surgen los tiranos y la guerra civil que serían imposibles en medio del progreso y la mejora del pueblo."

¿Les pareció actual? Pues bien: fue escrito por Juan Bautista Alberdi en su libro “Bases” (1870).
¿Y ahora a quién le echamos la culpa? ¿A las invasiones inglesas?

“HAY GENTE QUE CREE QUE LA CONQUISTA SOCIAL SUPREMA ES EL OCIO BIEN REMUNERADO”.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Morir "por amor"


Hoy leí un post de Mariposa que me dejó pensando...
¿Hasta dónde somos capaces de aguantar y ceder para no estar solos? Y no es una cuestión de edad.
Tengo una conocida, profesora de historia, que se engancha con cualquier aparato con tal de tener cerca una bragueta. Conozco un caso en uno de los más caros countries de la zona norte en que el marido le pegaba de tal manera a la mina que hubo que llamar varias veces a la ambulancia. ¿Se separó? ¡Qué va! Es preferible aguantar los maltratos a quedarse sin status y, lo que es peor, tener que salir a trabajar en lugar de pasarse las mañanas en el house criticando a las vecinas y franeleando con el profesor.
Pero no todo es cuestión de decisión. A veces uno hace con su vida lo que puede. Y no es fácil (o por lo menos para mí no lo fue) salir de una relación enferma. Hay muchos factores que determinan nuestra manera de actuar. A veces la autoestima es tan baja que creemos que no podremos salir adelante. ¿Y qué voy a hacer con los nenes chiquitos? ¿Cómo los voy a mantener, si desde que quedé embarazada no trabajé para poder criarlos yo? Y ese es otro tema importante: el dinero da poder. Y tardamos en entender que si bien no traemos dinero a casa no trabajamos menos. Y que lo que hacemos es valioso. A veces me avergonzaba cuando me preguntaban "¿Profesión?". "Ama de casa", contestaba como si dijera "parásito".
Creo que nadie sale de este tipo de relaciones hasta que no toma conciencia de lo que está haciendo con su propia vida. Hasta que no se decide a crecer. Hasta que no se toma el trabajo de leer sobre el tema, pedir ayuda profesional y hacer un gran y duro trabajo con uno mismo. Pero se puede.
Siempre digo que empecé a vivir cuando me separé. Y en 6 años conseguí cosas que nunca creí poder hacer. Y soy feliz.
Y, lo que es más importante, me siento muy orgullosa de mí misma.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Divertimenti


Hoy estoy un poco melancólica, y cuando me pasa eso trato de volar hacia los momentos o lugares en los que fui verdaderamente feliz.
A raíz de un comentario de Mariposa, les cuento mi paseo por este lugar.

Ese día me desperté al alba, decidí quedarme un rato más en la cama y, como era de suponer, me volví a dormir. Me volví a despertar como a las 10. Por suerte la noche anterior, tras 1 hora de indecisión, había dejado la ropa lista.
Me di una ducha a los piques y salí rajando para ver el cambio de guardia.
Tomé el subte y, al bajar en Charing Cross, me encontré con la estatua de Nelson y un montón de edificios hermosos. Me entretuve y, por supuesto, tuve que correr. Después de unas 5 cuadras me di cuenta que podía haber caminado desde el hotel.
Como no llegaba al cambio de guardia, volví a tomar el subte (Cosa muy simple, porque está excelentemente señalizado).
Pensando en mi hermano chef me bajé en Bond Street.
Les cuento: Bond Street es un maravilloso lugar. Algo así como Juramento, en Belgrano. Mapita en mano comencé a buscar Marylebone High Street, lo que significó meterme por las callecitas de Londres (que tienen ese qué se yo, ¿viste?). La zona es increíble. Debo haber sacado casi un rollo de fotos. Por esa zona no había turistas: eran todos ingleses.
Las calles tienen flores y plantas, y los pubs son todos dignos de postal. Es un verdadero laberinto: son todas callecitas angostas y primorosas que se cruzan de a 5 por esquina. Creo que no dejé cristiano (ni musulmán) por preguntar.
Por fin (sin mucho apuro, realmente, porque lo estaba pasando bomba) llegué a mi destino.
Divertimenti es el equivalente al Gato Dumas inglés. En 1º lugar, es una importantísima escuela de cocina, de la cual este negocio es una de 2 sucursales. Es un edificio de cuatro pisos inmensos y un subsuelo, donde están la escuela de cocina, un bar para probar los platos preparados por los alumnos y un “Geo bazar” que ríanse de Recoleta.
En un sector estaba la loza. Había platos de loza y porcelana del tamaño, forma y diseño que se les ocurra, desde 1 metro de diámetro hasta pequeñitos para el pan. Estaba el sector de utensilios, con todo lo que se les ocurra. Me encantó un aparatito con 3 relojes de arena de distintos colores que medían distintos tiempos. Había balanzas simulando ser antiguas pero con toda la tecnología. Aparatitos para moler café y pimienta, tapones, destapadores y todo lo que en algún momento pueda ser necesario en una cocina.
Estaba el sector de cocinas y muebles de cocina. Grandes, medianas, chicas, para poner contra la pared o en el medio de la habitación. Cajoncitos de mimbre de todas las formas y tamaños.
El sector de decoración: todos los tamaños y formas de pinceles habidos y por haber. Moldes de silicona. Todos los picos de manga existentes, granas de todas las formas y tamaños. Había algunas que parecían malvaviscos, y otras que parecían mostacillas brillantes. Y, en el subsuelo, el sector de insumos: pimientas de todos los colores imaginables, especias que nadie sabía de su existencia, 325 variedades de aceites, vinagres, acetos y mieles. Latas con tés de todos los sabores. ¡Es un lugar fascinante!
Cuando por fin pude salir de ahí, empecé a caminar hacia Oxford St. again. En mi recorrido (que era lento, porque me metía en cuanta callejuela encontraba), encontré un negocio que vendía cintas. Se me dirá “si… ¿y qué?”. No puedo entender cómo se les pueden ocurrir tantos diseños. Había una góndola de cada gama de color.
Al salir tomé James St, una calle con plantas en el medio y macetas con flores por donde miren. A ambos lados hay, uno a continuación del otro, tradicionales pubs ingleses con las mesitas en la calle. Creo que ya debía haber gastado media retina. Mientras caminaba pensaba que, si me queda un poco de tiempo, veré algún cuadro. En definitiva, siempre los puedo ver en un libro. Esto no.
Por fin, después de volver a preguntar 20 veces, llegué a Oxford St, y rumbié hacia Oxford Circus. Este lugar es como Cabildo y Juramento. Mucha gente, muchas callecitas que aparecen de la nada y parecen pasillos anchos.
Según me habían dicho, los ingleses eran fríos y no te daban bola. No es mi caso. En Buenos Aires no me mira ni el loro. Yo no sé qué pasaba ahí, pero se me acercaban a charlar y me invitaban a tomar algo. “You’re very nice” o “You’re beautiful” lo escuché muchas veces. Tal vez sea el brillo que tenía en los ojos desde que llegué. No sé, tendré que analizarlo. Debo confesarles que mi autoestima había sufrido una inyección de estímulo.