Por fin Había llegado el día. La noche anterior, extrañamente, mis 3 hijos habían estado en casa. Hacía mucho que no cenábamos los cuatro juntos. Y, para celebrar, pedimos helado de postre. Incluso Fede, que para entonces se había ido a vivir con el padre, durmió en casa.
Al mediodía almorzaron en casa mis padres y mi hermano con su familia. Pasamos un lindo rato.
Antes de salir para Ezeiza, Claudia se llegó hasta casa para darme la dirección de su tía que vivía en NYC y con la que esperaba encontrarme allí.
A las seis de la tarde salimos para el aeropuerto. Era una noche inhóspita, lloviznosa, pero al menos no hacía mucho frío. El trayecto fue bastante desagradable porque la Gral. Paz estaba muy oscura y ni siquiera tenía marcadas las líneas blancas para delimitarla, por lo que no se veía nada. El acceso a la autopista para llegar a Ezeiza estaba pésimamente señalizado y hubo que dar varias vueltas para llegar.
Ya en Ezeiza lo primero que hice fue despachar el equipaje para no estar cargando bultos. Veía a la gente cargar con valijas que eran verdaderos baúles rodantes, mientras que la mía pesaba unos míseros 10 kilos con todo y tara. Y después nos sentamos a esperar…
Un rato después mis padres y mis hijos pegaron la vuelta y yo ya fui al embarque.
Cuando viajé dos años atrás había ingresado por otro lado, mucho más bonito. Este sector era feo, con sillones tapizados de un raído y horrible color celeste. Los cuatro kioscos que la iban de free-shop dejaban bastante que desear, no sólo por ser feos sino también por ser carísimos. El único bar que había era similar a los de la estación Retiro del subte C pero con precios las Galerías Pacífico.
Entre mis compañeros de espera se encontraban un grupo de chicos de unos 20 años de Paraguay, un par de chicas chilenas, un grupo de misioneros de Meaux que estaban con un cura y eran brasileños y dos negros norteamericanos de unos dos metros de alto que se destacaban de los demás tanto por su altura como por su físico.
Me llamó la atención que la zona de embarque estuviera tan desierta teniendo en cuenta que estaban programados muchos vuelos.
Para mí estos son momentos maravillosos. Es iniciar una nueva aventura. Es zambullirse en una pileta desconocida sin saber si hay agua. Es, en definitiva, sentirse realmente vivo.
Mientras esperaba comencé a charlar con una de las chicas chilenas que me contó que todos (chilenos, paraguayos y brasileños) iban a Sydney a un encuentro con el Papa. Eran unos 80, aunque la comitiva completa era de unos 500 latinoamericanos.
Luego de la charla y de verlos rezar, cantar y bailar subí al avión, que salió a horario.
Una vez ubicada cené, me acomodé y, después de unas horas, me despertaron las luces del desayuno ya prontos a llegar a Miami.
Al mediodía almorzaron en casa mis padres y mi hermano con su familia. Pasamos un lindo rato.
Antes de salir para Ezeiza, Claudia se llegó hasta casa para darme la dirección de su tía que vivía en NYC y con la que esperaba encontrarme allí.
A las seis de la tarde salimos para el aeropuerto. Era una noche inhóspita, lloviznosa, pero al menos no hacía mucho frío. El trayecto fue bastante desagradable porque la Gral. Paz estaba muy oscura y ni siquiera tenía marcadas las líneas blancas para delimitarla, por lo que no se veía nada. El acceso a la autopista para llegar a Ezeiza estaba pésimamente señalizado y hubo que dar varias vueltas para llegar.
Ya en Ezeiza lo primero que hice fue despachar el equipaje para no estar cargando bultos. Veía a la gente cargar con valijas que eran verdaderos baúles rodantes, mientras que la mía pesaba unos míseros 10 kilos con todo y tara. Y después nos sentamos a esperar…
Un rato después mis padres y mis hijos pegaron la vuelta y yo ya fui al embarque.
Cuando viajé dos años atrás había ingresado por otro lado, mucho más bonito. Este sector era feo, con sillones tapizados de un raído y horrible color celeste. Los cuatro kioscos que la iban de free-shop dejaban bastante que desear, no sólo por ser feos sino también por ser carísimos. El único bar que había era similar a los de la estación Retiro del subte C pero con precios las Galerías Pacífico.
Entre mis compañeros de espera se encontraban un grupo de chicos de unos 20 años de Paraguay, un par de chicas chilenas, un grupo de misioneros de Meaux que estaban con un cura y eran brasileños y dos negros norteamericanos de unos dos metros de alto que se destacaban de los demás tanto por su altura como por su físico.
Me llamó la atención que la zona de embarque estuviera tan desierta teniendo en cuenta que estaban programados muchos vuelos.
Para mí estos son momentos maravillosos. Es iniciar una nueva aventura. Es zambullirse en una pileta desconocida sin saber si hay agua. Es, en definitiva, sentirse realmente vivo.
Mientras esperaba comencé a charlar con una de las chicas chilenas que me contó que todos (chilenos, paraguayos y brasileños) iban a Sydney a un encuentro con el Papa. Eran unos 80, aunque la comitiva completa era de unos 500 latinoamericanos.
Luego de la charla y de verlos rezar, cantar y bailar subí al avión, que salió a horario.
Una vez ubicada cené, me acomodé y, después de unas horas, me despertaron las luces del desayuno ya prontos a llegar a Miami.