lunes, 30 de junio de 2008

Mithbuster


En casa estoy pasando una situación delicada. Es por eso que mi ánimo está un poco alicaído y el estrés está haciendo de las suyas en mi organismo.
El sábado pasado (día de mi cumpleaños), me llamó mi amiga Sandra.
- ¿Qué vas a hacer hoy?, preguntó solícita.
- Nada… No tengo ganas de nada, me duele el estómago y se me parte la cabeza, contesté sinceramente.
- ¡Pero no te vas a quedar sola esta noche! Venite para casa y vamos a comer algo por ahí.
- No, Sandra, refuté. Ni loca me voy al centro con este auto de morondanga.
Media hora después volvía a llamar:
- Hablé con Patricia (que vive cerca de casa). Te pasa a buscar a las 9 y se vienen para acá. Después vemos qué hacemos.
Me fue imposible decir que no. Sin ganas, pero conciente que me haría mucho bien tomar un poco de aire fresco, me alisté para la salida.

Hacía un tiempo que no veía a Patricia. Así que el viaje fue la excusa perfecta para ponernos al día con los chismes y llorar un poco por las desgracias mutuas. Cualquier mujer sabe qué liberadores pueden ser esos momentos. Así que llegamos a lo de Sandra más livianas de tensión y con ánimo jacarandoso.
- Vamos al Golden, nos espetó Sandra sin anestesia. Ninguna de las tres había estado antes en ese lugar, y realmente sonaba como una alternativa divertida. Y hacia allá nos dirigimos.

Al llegar nos recibió un hombre muy simpático. Después de preguntarnos si era nuestra primera vez (en el Golden, obvio), nos informó que había dos tarifas, de acuerdo a la ubicación de la mesa. Como la diferencia no era mucha y el espectáculo que íbamos a presenciar ameritaba una buena visibilidad optamos por la más cara.
Cruzamos entonces una cortina negra, pesadísima, para encontrarnos con un lugar no demasiado grande, con poca luz. Nos recibió un muchacho vestido con pantalón negro y cuello y puños blancos que resaltaban con la luz negra, que nos acompañó hasta la mesa, excelentemente ubicada sobre una tarima. Empezamos bien.
A continuación se acercó otro hombre que se presentó y nos dijo que sería nuestro mozo, y a continuación nos tajo pizza, que sería libre.
Ahí me acordé de los estudios sociológicos de mi amigo Fabián y me apresté a hacer lo propio.
Mito Nº 1: “Las mujeres son unas desesperadas y se ponen como locas”.
Falso. Las mujeres SOMOS locas. No necesitamos estímulo para eso. Pero la verdad es que la mayoría (no hice un estudio pormenorizado) eran como nosotras: mujeres comunes con ganas de divertirse.
Un rato después un travesti que oficiaba de maestro de ceremonias inició el espectáculo.
Había 3 grandes grupos: las que festejaban despedidas de solteras, las cumpleañeras, y las que celebraban sus divorcios.
La “madama” nos nombró y nos hizo subir al escenario para recibir un piquito de dos adonis preparados para tal fin (y… sí. Yo subí. ¿O acaso no era mi cumple?).
En el primer cuadro (en realidad todos tenían la misma estructura) pasó entre el público “el fantasma de la Opera”, con todo y máscara. Subió aparatosamente al escenario donde bailó sensualmente. Se quitó la máscara, dejando al descubierto un bonito rostro. Continuó quitándose la camisa, y ahí la cosa se puso interesante: hombros anchos, brazos trabajados, pectorales marcados y abdominales como tabla de planchar. Siguió sacándose el pantalón, dejando como única vestimenta un slip cola-less naranja fluo. Cuando creíamos que el número había terminado, ¡voilà!, desapareció el slip.
" ¡Es un burro!", comentó una de mis amigas (curiosamente la más versada en las lides amorosas) con los ojos desorbitados.
Yo asentí con la cabeza. Era la única forma de contestar, ya que mi mandíbula había caído estrepitosamente.
Después de sostener una tohalla con su miembro viril en un alarde acrobático, el caballero se retiró del escenario.
Mito Nº 2: "Las mujeres se tiran encima de los tipos para toquetearlos".
Falso. Cuando los actores pasan entre el público, las mujeres estiran los brazos y gritan, pero nada más. Ninguna pretendió más que eso.

Para no redundar, les cuento que a continuación pasaron marineros de uniforme, uno vestido de SWAT, otro que se duchó sensualmente en una tina, etc., y todos se desarrollaron y culminaron de la misma forma.
En los cuadros invitaban a subir a alguna dama del público, y hubo una mujer sesentona que se llevó todos los aplausos al engancharse muy divertida en una supuesta pose amatoria que no está en ningún libro del Kama Sutra.
Mito Nº 3: "Los tipos te agarran de la mano y te obligan a subir al escenario".
Falso. Los tipos te hacen una seña desde arriba y, si querés, subís.

Una vez finalizado el espectáculo, los bailarines que tenían sólo cuellos y puños se ataviaron con sensuales camisas rojas, los protagonistas se vistieron "de entre casa" y caminaron por el salón donde la mayoría de las señoras (y señoritas) aprovecharon para sacarse fotos abrazándolos, y se quedaron por ahí.
Y se armó la pachanga.
Entraron al salón los caballeros que esperaban afuera pacientemente. La mayoría (por no decir todos) eran jovencitos que esperaban encontrarse alguna veterana sedienta de amor fugaz, estimulada por la situación.
Nosotras estuvimos bailando unas tres horas, y después nos fuimos cantando bajito (literalmente, porque cuando salíamos Freddie Mercury entonaba "Don't stop me now").

De más está decir que fuimos a tomar un café y comentar los pormenores de lo que acabábamos de ver.
En mi opinión, fue una linda experiencia (sutilezas aparte). Es un lugar agradable, nos trataron excelentemente, la pizza estaba buenísima, y regocijamos nuestros ojos con bellísimos especímenes masculinos.

Y, para solaz de los señores con los que la naturaleza no ha sido tan benigna, ¡¡nosotras los preferimos más normales!!

miércoles, 11 de junio de 2008

Reencuentro



Siempre había sido un espíritu libre. Aunque a esta altura de su vida había muchas cosas que se estaba replanteando, y no le quedaba claro si quería ser libre o era incapaz de asumir un compromiso. O nunca había encontrado a la mujer adecuada. O...
El amor siempre le había parecido un juego muy raro, lleno de ilusiones y desilusiones, a veces noble al extremo de la imbecilidad y otras vil al extremo de la amoralidad. Llegó a pensar que el amor anulaba el sentido común, la autopreservación, la iluminación de la mente.
Y tal vez por eso nunca se había enamorado.
Su matrimonio había permanecido en el asexuado limbo de una carencia adulta de amor, o incluso afinidad, durante muchos años.
Cohabitar con su mujer era como caminar por una niebla impenetrable. Lo que sentía era tan amorfo que no dejaba de exprimirse para convertirse siempre en algo diferente y sin embargo igualmente inidentificable. De vez en cuando uno se percataba de un cambio en la temperatura del ambiente: parches de humedad extra en un sustrato por lo general viscoso. Para cuando llegaba a su clímax, si abría la boca era sólo para bostezar.
Y su trabajo se había convertido en un triste remanso donde mantenía su mente ocupada lejos de planteos metafísicos.

Esa noche debía ir a esa cena. No tenía muchas ganas, pero cualquier cosa era preferible a soportar las facturas que su esposa le pasaba cada vez que se presentaba la oportunidad. Ni por un momento pensó Mario en ir en busca de su esposa antes de partir. La había olvidado hacía años… si, en verdad, alguna vez la había recordado.
Era una típica y aburrida velada. ¿Para qué había ido? Tal vez pudiera escabullirse en un rato e ir a tomar una cerveza a algún bar.
Y de pronto apareció. Cuando la vió, una dicha salvaje y triunfal le fluyó a los ojos, la piel, el pelo... Erizado, Mario se detuvo sobre sus pasos, embargado por una especie de terror. Venus. Ella era Venus. Soberana de la vida y la muerte. Porque, ¿qué era la vida salvo el principio procreador? ¿Y qué la muerte, salvo su extinción? Todo lo demás era decoración, los adornos que inventaban los hombres para convencerse que la vida y la muerte debían significar algo más.
Ella lo miró. Cautivado, Mario devolvió la mirada.
- Hola, dijo Mario acercándose.
- Hola. ¡Cuanto hacía que no te veía! ¿Te acordás de mí? Soy Laura.
El rostro de Mario se desempañó como un espejo, y comenzó a dibujarse en él una sonrisa encantada. ¡Alguien de los viejos tiempos! ¿Cómo podía no haberla reconocido?
- ¡Es increíble! Estás tan cambiada...
- Pero algunas cosas no cambian nunca, y sigo aburriéndome terriblemente en estas reuniones. ¿Vamos un rato al jardín?

Laura lo tomó de la mano y lo condujo afuera suavemente. El la siguió sin preguntar. Su vestido traslucía sus pechos, su piel blanca y suave, sus formas redondeadas. Y era más de lo que Mario podía soportar.
Entonces el control pétreo de Mario se quebró y, sin saber cómo reaccionaría ella, extendió sus brazos. Hambrienta de él, Laura le ofreció sus labios con avidez.
El beso fue exquisito. Las manos de Mario recorrían la espalda de la muchacha y una deliciosa erección pugnaba por hacerse un espacio dentro de su pantalón.
Se dijeron algunas palabras de amor, y se entregaron sin cuestionamientos a un encuentro tan gratificante para los dos que era mucho más que un reencuentro.

Mario volvió a su casa lentamente. ¿Qué dios la había enviado? De pronto se sentía más liviano, como si de veras un dios benigno y bueno hubiera pasado por su lado. Una sensación extraña para alguien que no conocía la paz.

Cuando llegó, su esposa dormía. Afortunadamente. Se acostó sin hacer ruidos. Mientras esperaba conciliar el sueño pensaba en todas las cosas que debía replantearse en su vida...

lunes, 9 de junio de 2008

Mis 1º 15 minutos de fama



Muchas veces La Incondicional contó papelones varios protagonizados por su familia. En mi caso, no necesito a nadie para pasar vergüenza. Me basto solita.
Tengo un carromato con pretensiones de auto modelo '92. Conseguí comprármelo gracias a Julián Weich y su programa "Trato Hecho".
El asunto fue así: unos amigos de lo ajeno encontraron mi auto anterior tirado en la calle y, pensando que alguien se lo había dejado olvidado decidieron quedárselo sin darme ningún tipo de aviso.
Cuando fui al seguro, me dijeron que la última cuota del mismo estaba impaga, y que por lo tanto no cobraría nada.
Inútil fue rogar, llorar, patelear y ofrecer favores a quien me atendía, principalmente por tratarse de una señorita y no tener yo esas inclinaciones sexuales.
Cuando ya creía todo perdido porque no tenía forma de juntar nuevamente dinero para comprar otro auto, recordé las palabras de mi gurú amigo Eduardo, cuando decía que si las cosas no salían por los caminos habituales había que abrir lo suficiente la cabeza para ser capaz de buscar vías alternativas.
Con esas ideas girando por mi cerebro (no hay muchas neuronas, así que tienen espacio suficiente para hacerlo) me bajé un martes del 28 en la Estación Constitución.
- ¿Y por qué no?, preguntó mi ello, tan iluso como siempre.
- Porque te verán por la tele haciendo EL SAPITO, me contestó mi amargo superyó.
Maniatado que hube al plomo, dirijí mis pasos hacia la productora, cercana a esa estración de trenes.
Había allí un nutrido grupo de personas esperando ser entrevistadas. A todas las anteriores a mi turno les decían que los llamarían para participar, así que entré bastante desilusionada.
El caballero que me atendió me informó que me harían un "test de cultura general". Como algún que otro libro había leido durante mi vida, dije "¡cómo no!".
Las preguntas fueron bastante simples, y creo que debo haber sacado un MS (antes de la reforma educativa hubiera sido un 9 o un 10), porque me preguntaron si podía hacer una prueba de cámara.
Completada la misma, me citaron para el día siguiente para grabar. Debía ir con un acompañante.
Llegué a casa exultante, y le pregunté a mi hijo mayor (el único que en ese momento tenía la edad suficiente) si estaría dispuesto a acompañarme en ese papelón, a lo que contestó que sí, muy divertido.
Con ánimo de joda y toda la fe en mí misma, partimos ese miércoles al alba hacia Martínez en el 60 (no sean guarangos. No me llevé ninguna birome).
En el estudio había millones de personas ocupando las tribunas (por suerte, porque hacía tanto frío que venía bien un poco de "calor humano"). Un grupo de asistentes nos trataban como ovejas, llevándonos de acá para allá, controlando que nadie se moviera de su lugar ni para ir al baño y repartiendo bufanditas del color que correspondiera (lila, en nuestro caso).
Primero participaban 2 tribunas. La ganadora seguiría jugando. Ya adivinarán que la triunfadora fue la nuestra.
Iniciamos la segunda etapa compitiendo los 5 sectores del mismo color. También está de más decir que ganó el nuestro (el 5, para ser más exactos).
En ese momento, pasado ya el mediodía, hicieron un receso en el que nos convidaron un alfajor, nos dejaron salir un rato al gélido y nuboso día y nos permitieron hacer pis en unos inmundos baños químicos.
A los ganadores nos acomodaron en los atriles. Yo estaba segura que en esa instancia ganaría: piqué en punta, y no la abandoné hasta el final.
Otra persona y yo debimos hacer el infausto sapito y responder el acertijo matemático. El hombre con el que competía apretó el pulsador. Yo pensé: "¡¡¡¡Nooooooo!!!! ¡¡¡¡Llegar hasta acá y perder!!!!". Pero se equivocó, y pasé a ser la ganadora.
Elegí el maletín número 11 y, después de todo el circo, gané lo suficiente para comprar mi batata. Un mes después me entregaban el cheque.
Lo que siguió fue increíble. Durante una semana era imposible salir a la calle. Para hacer las compras tardaba una eternidad, porque cada uno me preguntaba sobre el programa. Me pasó de estar en un bar y que se me acercara una señora mirándome como si fuera un fantasma preguntándome si efectivamente era yo la que había participado el domingo pasado.
¡Me cacho que tiene fuerza la caja boba!

jueves, 5 de junio de 2008

Terminal II (final)

A esa altura del partido yo quise avisar a casa que no fueran temprano al aeropuerto… sin tener en cuenta que había cinco horas de diferencia, y que si bien para mí eran las 8.30, en Mi Buenos Aires Querido eran las 3.30. Recién me dí cuenta cuando mi pobre madre atendió con voz entre dormida y preocupada, pensando vaya a saber qué había pasado a esa hora de la madrugada. El jaleo fue tan brutal que empezó a aparecer en las pantallas de los televisores locales, lo que hizo aparecer al Cónsul Argentino en la escena del crimen (bueno, tampoco exageremos…). Recién ahí apareció alguien de Air Madrid y del aeropuerto (ausentes sin aviso hasta ese momento). Barajas ya empezaba a amanecer, los bares despertaban de su sueño y los negocios del free-shop levantaban sus cortinas como párpados gigantes. Para calmar un poco los ánimos, nos dijeron que fuéramos a desayunar (obviamente a cargo de la empresa) a uno de los bares, mientras trataban de solucionar el “inconveniente”. Fue un café con leche con una factura pero para mí, que lo último que había probado había sido un sandwichito a las 5 de la tarde del día anterior, me supo fantástico. Así consiguieron distraernos una horita más. Volvimos a la puerta que nos correspondía, y seguíamos sin saber si algún día volaríamos. La gente gritaba, cantaba, saltaba revoleando ponchos cual improvisados Soledades. Algunos dormían desparramados en los asientos, otros charlábamos. Lo que sí estaba claro era que de ahí no nos movía nadie. Nos propusieron ir a un hotel, pero nos negamos. Sólo fueron algunos con nenes chiquitos y algunas personas muy mayores. El resto seguimos firmes frente a la puerta. Querían que nos vayamos porque impedíamos el abordaje de otros vuelos. Por fin apareció la policía con los perros “para mantenernos controlados”, y pretendieron llevarse a una chica. Todos los hombres lo impidieron, y realmente creí que ahí terminábamos todos mal. Pero por suerte no pasó a mayores. Una de las perras era una Belga igualita a Luna (la mía), medio cachorra, que lo único que quería era huir del lío y saltaba jugueteando. Ya parecía una opereta. Los pasajeros que empezaron a llegar para los vuelos de la mañana nos miraban asombrados. Por fin nos anunciaron que, con un poco de suerte, a las 4 de la tarde saldría el vuelo, y que nos invitaban cordialmente a almorzar a un restaurante (también a cargo de la empresa). Almorzamos todos juntos en una improvisada mesa grande, charlando como compañeros de colegio en un asado aniversario. Si debo decir la verdad, estaba encantada y me estaba divirtiendo mucho. Conocí gente realmente encantadora. Por fin nos confirmaron que el avión saldría a eso de las 17.00 horas, que usaríamos el mismo avión pero que había que esperar que cambiaran la tripulación (menos mal, porque de no haber sido así supongo que más de uno los hubiese agarrado a las piñas). Y despegamos… A pesar de estar sin dormir, cansados, sucios, ya éramos todos amigos, y parecía un grupo de egresados de colegio. Charlábamos entre todos, nos dieron de cenar, contábamos nuestras experiencias de viaje y nuestras historias personales. Había varios brasileños que bajarían en Fortaleza y, a pesar de hablar portugués, nos entendíamos perfectamente. Por fin al llegar a Brasil mi compañero de asiento se bajó, y yo aproveché para subir el apoya brazos, desparramarme cuan larga soy en los dos asientos y dormir como un angelito: había pasado 40 horas sin dormir. Como compensación por la “demora” nos propusieron darnos otro pasaje válido por un año a cualquier destino de Air Madrid. La otra opción era no aceptarlo, e iniciarles juicio por daños y perjuicios. Yo opté por la primera opción. Realmente, no me preocuparía el año que viene tener otra amansadora, ya que pienso seguir viajando. Mientras me den el pasaje…
Y llegué por fin a Ezeiza. Ahí estaban mis viejos, firmes como rulo de estatua, a pesar de ser la madrugada. La recepción de mis hijos fue hermosa. Los ví bárbaro. Para mí fue una experiencia alucinante, pero creo que para ellos también (era la primera vez que los dejaba solos en casa). Siempre hay un antes y un después de estas experiencias. Cuando fui sola a Cuba en el 2000 sentí que había roto las cadenas con un matrimonio desastroso y pude empezar a caminar en la dirección deseada: la libertad. Pero tuve mucho camino que recorrer en estos 6 años, que no fueron fáciles, pero sí maravillosos. Siento que el esfuerzo que hice por crecer y mejorar no fue en vano. Aprendí a valerme por mí misma, y a pedir ayuda cuando la necesito. Y que pedir ayuda no significa debilidad, sino ser conciente que uno no puede con todo. Me doy cuenta que, con todos los errores y peloteras de una familia normal, hice un buen trabajo con mis hijos, y se están transformando en personas normales (que no es poco decir). Que tengo unos padres fantásticos que me aguantan cualquier cosa. Que tengo unos hermanos y sobrinos de oro que son capaces de compartir mi alegría. Que tengo amigos que me quieren. Pero lo más importante, es que soy capaz de cumplir mis sueños si de verdad me lo propongo.

martes, 3 de junio de 2008

Terminal


El comentario de mi amigo Fabián me hizo recordar mi anterior viaje.
Acá va el relato de mis segundos 15 minutos de fama.
Como es un poco largo lo dividí en dos partes. Y es verídico palabra por palabra.
Espero que lo disfruten.


23 de Septiembre. Se suponía que ese sería mi último día en Madrid… Se suponía.Aunque la noche anterior había ido a un pub a escuchar música en vivo (y muy bien acompañada, por cierto, por un señor de raza negra que había conocido mientras cenaba), me levanté temprano. Dí una vuelta por la Plaza Mayor y el centro, y ya fui para el aeropuerto. Eran las 4 de la tarde, así que tenía todo el tiempo del mundo (el avión debía salir 23.50). Por suerte pude despachar el equipaje temprano, para no tener que pasar el día con todos los bártulos. Eso tuvo sus ventajas: me dieron asiento en 1º en lugar de turista (aunque no lo supe hasta subir al avión). La espera se hizo larga: salía un rato a la calle, volvía a entrar, subía al primer piso, bajaba nuevamente, tomaba un café… ¿Por qué será que la espera cansa a pesar de no estar haciendo nada? Una nota graciosa: en el aeropuerto de Luton (Londres) hay grandes pantallas de plasma donde se informa que ese aeropuerto está haciendo lo posible por evitar la contaminación sonora, y que por ese motivo los vuelos sólo se anuncian en pantalla. En Barajas tienen el mismo principio, pero lo hacen a lo gallego: lo anuncian por los altoparlantes. ¡Son increíbles! A eso de las 21.30, cuando ya había leído medio libro, conocía el aeropuerto como la palma de mi mano, había hecho 25 SUDOKU (un juego de ingenio), había tomado 45 cafés y había conocido todos los baños, fui a la zona de embarque. Dí una vueltita chiquita por el free-shop porque ya estaban cerrando (de cualquier manera, mi situación económica no me hubiese permitido comprar mucho que digamos…). Parece mentira: Madrid es una ciudad que no duerme y en el aeropuerto, donde hay gente las 24 horas, a las 22.00 ya no hay ni dónde tomar un café. Por fin llegó la hora del abordaje… pero no pasó nada. Otra hora más, y ni noticias. Los ánimos empezaron a caldearse: ni siquiera había un poco de agua para tomar. Había dos máquinas expendedoras de gaseosas pero funcionaban con monedas, y éstas escaseaban. La gente estaba impaciente. El cuartito para fumadores parecía Londres (pero no era niebla: era humo). Había algunos chicos durmiendo en los asientos, y muchas personas de edad.Por fin anunciaron el vuelo anterior (el de las 23.30), y nos avisaron que sobraban algunos lugares, que podrían ser ocupados por los más apurados. Yo no quise ir porque pensé que iba a ser un lío con el equipaje. Algunas personas subieron, y partió el avión. Después de otra amansadora, ya muertos de sueño, hambre y sed, nos hicieron abordar. El avión era de bandera portuguesa, y la tripulación dejaba bastante que desear.Empezó a pasar el tiempo… y no pasaba nada: el avión seguía con todas sus ruedas sobre suelo madrileño. La tripulación no explicaba nada, las azafatas nos trataban como si fuéramos basura, el comandante de abordo, cuando se dignaba decir algo, lo hacía en portugués o en inglés (yo lo había escuchado hablar en castellano, así que lo hacía adrede). En la parte posterior del avión empezó a faltar el aire, y la gente empezó a caer como moscas. Los ubicaban acostados en los pasillos y las azafatas trataban de hacerlos reaccionar. La gente ya estaba histérica y a los gritos. En medio del caos llegó la guardia civil explicando que en bodega había equipaje que no pertenecía a ningún pasajero, y que por problemas de seguridad eso impedía el despegue (para eso, al pasar por la ventanilla de la aduana, el muchacho que me atendió estaba muy entretenido haciéndole el verso a la chica de la siguiente ventanilla, y me selló el pasaporte sin siquiera mirarlo o mirarme).Yo supongo que esas valijas de más eran de la gente que viajó en el vuelo anterior. ¡Pobre gente!: ese equipaje quedaría en Madrid, y vaya uno a saber cuándo lo recuperarían. Tuvimos que esperar que vaciaran la bodega y pusieran todos los petates en la pista. Y ahí vino lo peor: ni siquiera se ponían de acuerdo en cómo se iba a hacer el reconocimiento de maletas. La tripulación decía una cosa, y la guardia civil otra. Por fin llegaron a un acuerdo: la gente saldría en grupos de quince por adelante, reconocería el equipaje, y entraría por atrás.Abrir la puerta de atrás fue un gran alivio, porque los desmayados, al correr un poco de aire, empezaron a reaccionar (a nadie se le ocurrió llamar a un médico). Por fin me tocó el turno, y bajé a la pista. Fue bastante cómico, porque al principio nos hicieron estar todos juntos, como si fuera una cosa realmente seria, pero después cada uno hacía lo que se le daba la gana. Como yo no encontraba una de mis valijas (había comprado una chica en Londres para poder traer los souvenirs), anduve dando vueltas por donde quise. Podría haber
hecho cualquier cosa (y después hablan de la seguridad…). Reconocido que fue todo el equipaje, tuvimos que esperar que lo volvieran a cargar… Y seguíamos sin despegar. A las 5 de la mañana llegó el piloto (¡debíamos haber despegado a las 23.50!), que todos suponíamos ya en cabina, y se encerró en dicho cubículo. Espera que te espera, seguíamos ahí. La gente ya estaba a los gritos pelados. Por fin, a algunos les convidaron unas bolsitas minúsculas de maní (yo incluida) con un vaso de agua mineral (racionada, porque nos decían que debía alcanzar para todo el vuelo). Un hombre ya totalmente desquiciado agarró el teléfono interno y puteó al piloto. ¡Para qué! El muy cobarde no dio la cara, pero llamó a la guardia civil nuevamente y nos informó que hasta que no llegara la policía el avión no se movía. Cuando llegó, el piloto exigió como condición para despegar que se llevaran detenido al insurrecto. Todos saltamos como leche hervida en defensa del histérico señor, que buenos motivos tenía. Pero el piloto (un absoluto imbécil mal parido) dijo que el vuelo se cancelaba, dio la orden a la policía que nos hicieran bajar por la fuerza, pegó media vuelta y desapareció. Eran las 7 de la mañana, y todos nuevamente en la zona de embarque (los negocios seguían cerrados, así que seguíamos sin poder tomar ni un vaso de agua, aunque sea para bajar el maní salado). Como no tenía mucho que perder, traté de tomarme las cosas en joda, y empecé a divertirme. A esa altura ya éramos todos amigos. Como pasa siempre, un par de tipos se autoproclamaron líderes del movimiento y empezaron a dar instrucciones. Los del aeropuerto nos pidieron que nos fuéramos para permitir que otros vuelos abordaran, pero nos negamos e hicimos un piquete, sentados en posición de indios frente a las puertas, y corriéndonos para impedir que los pasajeros subieran a otros vuelos. Un muchacho (él, su mujer y yo ya éramos íntimos) llamó a Antena 3, que como cualquier medio que se precie está siempre a la pesca de un buen escándalo. De más está decir que no dejaron a los periodistas entrar en la zona de embarque, así que en un trabajo mancomunado algunos grababan escenas del escándalo, otro aportó su lap-top y se mandaron las escenas por Internet. ¡Qué grande la tecnología!