domingo, 28 de octubre de 2007

And the winner is...

Ayer fui a ejercer mi derecho ciudadano. Independientemente del resultado, es lindo poder acercarse cada 4 años a las urnas. Hasta me creí que mi opinión a través del voto era importante.
Pero no quiero hablar acá de política, sino del mismísimo acto electoral.
Yo vivo en un gran pueblo con pretensiones de ciudad. Y voto frente a la estación del tren.
Llegué con mi auto a eso de las 11 de la mañana. Era un hervidero de gente, así que estacioné a una cuadra donde, como era de rigor, se me acerca un pibe y me dice "¿Se lo cuido, doña?", lo que en castellano básico quiere decir: "Ni lo voy a mirar, pero cuando vuelvas tenés que darme una moneda".

Nota al margen: ¡Me tienen podrida los cobros por estacionar! En 1º lugar, porque tenía entendido que la calle era pública, pero si quiero dejar el auto estacionado en la vereda, sin protección, al rayo del sol, ¡encima tengo que pagar! ¡Y con monedas! Si tan siquiera hubiera alguien que me garantizara que al regresar lo voy a encontrar en las mismas condiciones en que lo dejé, vaya y pase. Pero pagar para que el intendente de mi zona, atornillado al sillón y probadamente corrupto, cambie su auto y su casa sin que le tiemble la mano, ¡me pone verde!

Vuelvo.
Al llegar a la esquina ya encontré a un señor que, avivándose de la hora, había puesto una parrillita donde se cocían unos cuantos chorizos. Y otro que, un poco para acompañar, vendía agua y gaseosa. No me fijé si, aunque estuviera prohibido, también vendía cerveza.
Entré al colegio y busqué la mesa que me correspondía. Tuve la suerte de estar a la sombra y que hubiera poca cola (lo que no me garantizó tardar poco, como explicaré a continuación).
La mujer que estaba delante mío tenía 81 años. ¡Una divina! Arreglada, informada, agradable. Detrás mío, una mujer de 85 acompañada de su hija, probablemente mayor que yo. Entre las cuatro tuvimos una larga charla que amenizó la espera. Me encantó ver que, aunque podrían haberse quedado en sus casas, tenían ganas de participar.
Estábamos conversando cuando se armó dentro del cuarto oscuro un tremendo revuelo. La presidenta de mesa con la urna y todas las fiscales entraron al susodicho cuarto. Después de llamar al fiscal general, y sin dar ningún tipo de explicación al resto de la concurrencia, salieron, se acomodaron, y continuó la votación.
Al acercarme a la mesa, dos de sus integrantes me reconocieron y, ya que estábamos, también estuve charlando con ellas. Sólo faltaban dos personas...
Entró al cuarto oscuro una mujer con su hijo, que tendría unos 10 años. Veinte minutos después seguía adentro. La señora que acompañaba a su madre me dijo: "Yo la conozco. Es odontóloga, como yo. Y siempre fue medio tarada".
La presidenta de mesa golpeó la puerta preguntando si había algún problema, a lo que la mujer contestó que no. Pero de cualquier manera hizo salir al nene.
Pasaron otros veinte minutos y, cuando le golpearon nuevamente la puerta, la mujer se asomó y dijo que faltaba la boleta que quería votar. Yo me pregunto: ¿esperaba que llegara por arte de magia?
Al final la hicieron salir y esperar a un costado mientras traían más boletas, pero por suerte reanudaron la cola.
Por fin, entré al cuarto oscuro. Fiel a mis principios, y conciente que mi candidato no ganaría, emití mi sufragio. Y me fuí cantando bajito. Le dí la moneda al pibe que ni siquiera me hizo señas si venía algún auto y me fuí a disfrutar de ese hermoso domingo de sol, agradeciendo no haber tenido que ser autoridad de mesa.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Sensaciones

Cuando la semana pasada mi vieja me llamó por teléfono para avisarme acerca de mi hijo, la sensación fue horrible: una mezcla de angustia e incertidumbre que sólo se calmó un poco al llegar a la clínica.
Creo que hay muchos tipos de sensaciones. Están aquellas que se relacionan directamente con los sentidos. Por ejemplo, yo adoro el olor a nafta, porque me recuerda cuando de chica hacíamos largos viajes con mis viejos, y gracias a los cuales conocí todo el país (me falta Mendoza, por si alguno tiene ganas de invitar...). O el perfume a jazmines, que me recuerda las navidades (una vecina tenía una planta que se ponía blanca de flores en esa época). También están las visuales, como cuando vemos un cuadro o una foto que nos emociona. O las táctiles: a mí me produce un inmenso placer acariciar a mi gato Juan cuando lo tengo a upa (iba a poner que me encanta acariciar algo peludo, pero sonaba feo). Y ni que hablar de la música...
Hay otras sensaciones ambidiestras, es decir, mezcla de placer y pánico, como la última vez que subí a la montaña rusa del Parque de la Costa. O la adrenalina que se siente haciendo deportes extremos. A estas sensaciones las elegimos nosotros. Son nuestra decisión.
Pero hay otras, buenas y malas, que se instalan sin permiso en el alma: el miedo, por ejemplo, tan desagradable él. Y que no me vengan con que nos prepara para el peligro. ¡La naturaleza podría haber buscado una forma más delicada, caramba!
O el amor, por más vapuleada que esté esta palabra. Son sensaciones que no podemos manejar pero que todos compartimos en algún momento. Muchas veces podemos decir: "Te entiendo... A mí ya me pasó."
Sin embargo hay otras maravillosas, únicas, personales que nos transportan. Por ejemplo para mí, estar en un avión cuando empieza a carretear y despega me produce una sensación orgásmica (con perdón de la palabra a los pudorosos). Cuando digo ésto mi hermano, que teme a los aviones, me mira con cariño pensando en qué ferretería va a conseguir el tornillo que me falta. Y yo pienso "No te calentés. No hay solución."
Me encantaría saber cuáles son sus sensaciones favoritas.


Pensaba con qué ilustrar este post, y ya que nombré al miedo 2 ó 3 veces, acá los dejo con Arbol entonando "Ya lo sabemos"

sábado, 20 de octubre de 2007

Suena el teléfono...

Uno cree que las cosas le pasan sólo a los otros, hasta que pasa a ser protagonista.
El jueves estaba tan loca como de costumbre. A la mañana me dediqué a preparar una presentación para una reunión que tendría a las 5 y media de la tarde. Lista que estuvo la carpeta, ya al mediodía, tomé mi yogur con cereales y me aboqué a la preparación de un trabajo que tenía que presentar a las cuatro.
Estaba en eso cuando sonó el teléfono con una de esas llamadas que nunca se quisieran recibir. Mi mamá me decía "que no me preocupara" (como si eso fuera posible) pero que volviera rápido porque mi hijo mayor estaba internado. "¿Pero qué pasó?", pregunté. "No sabemos. Está muy golpeado y perdió la memoria. Le están haciendo una tomografía". ¡Y yo que pensaba que la pérdida de memoria era sólo un truco de las novelas baratas, y sólo en los momentos convenientes!
Tomé la combi intentando hacer más rápido. El tránsito estaba tan endemoniado como de costumbre, pero las sensaciones son relativas: cuanto más apurado está uno, más semáforos se ponen en rojo, la vía esa por la que pasa un tren por día está cerrada, el chofer va tranquilo y despacito al compás de alguna canción que nunca es la que nos gusta y parece que TODOS bajan antes que uno demorando más aún el periplo. ¿Estará esto incluído en las leyes de Murphy?
Por fin, transpirada e histérica llegué a la clínica. De más está decir que entré a la guardia como una tromba y, sin preguntar a nadie ni pedir permiso me mandé a "la zona roja" (digo por la sangre...).
No voy a entrar en detalles innecesarios que todos deben imaginar. Concluídos los estudios lo trasladaron a una habitación en la que quedaría internado.
Al llegar ya estaban en la puerta 3 amigos, que se quedaron con nosotros el resto de la tarde. En los dos días que estuvimos (digo porque sólo me moví para ir a darme una ducha) el desfile fue interminable y el teléfono no dejo de sonar, situación que continuó en mi casa.
Como siempre trato de ver el lado amable de las cosas, y ya medianamente bajo control la situación (todavía hay que curar las heridas y sacar los puntos), me hizo sentir muy bien que tanta gente se preocupara por nosotros. En un alarde de arrogancia pienso que tan mal no estamos haciendo las cosas. Y me doy cuenta lo importante que es tener amigos. Siempre hacen que sea más fácil pasar el trago amargo.

lunes, 15 de octubre de 2007

Los desconocidos de siempre

Ayer fui a cenar con un amigo al que quiero mucho. Estuvo lindo. Nada especial, solo un encuentro con un caballero al que conozco desde hace más de 30 años.
En un momento la charla versó sobre los amigos... y eso me dejó pensando (maldita costumbre!!).
Creo que la longevidad de una relación no nos da acercamiento. Los seres humanos, afortunadamente, vamos cambiando. Y en las distintas etapas vamos juntándonos con diferentes compañeros de viaje. Y, debido a eso, vamos siendo amigos de unos y separádonos de otros. No nos peleamos, no discutimos. Simplemente decimos "lo llamo la semana que viene".
Porque ocurre que dejamos de tener cosas en común. Y las largas charlas dejan de ser nutritivas. Y no hay nada que se pueda hacer al respecto.
A veces hay personas que sienten la pérdida, pero la mayoría tenemos otras cosas en la cabeza.
Como leí por ahí, la panza de la mamá es un lugar maravilloso... hasta el cuarto o quinto mes. Ahí el bebé empieza a sentir la falta de espacio, y si no nace a los 9 meses se muere por falta de oxígeno. Pero al llegar a grandes pensamos en ese lugar como algo maravilloso, donde estábamos protegidos, alimentados y calentitos. Y tal vez con los amigos nos sucede algo parecido: nos quedamos en una relación que empieza a ser poco agradable sólo porque una vez fue maravillosa...
Eso lleva a pensar que es una lástima desperdiciar muchísima energía en gente con la que ya no tenemos tanta afinidad. Eso no significa pelearse ni muchísimo menos. Tal vez podamos tomar un café de vez en cuando o hacer una salida al cine (lugar especialmente apropiado para este tipo de relaciones, porque se habla poco). Y emplear el poco tiempo que tenemos en relaciones que EN ESTE MOMENTO nos satisfagan más.
Lo que digo no significa usar a la otra persona, sino todo lo contrario: no bastardear lo que una vez fue hermoso y tener el coraje de salir a buscar nuevas relaciones.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Viejas melodías


Estamos desarmando la casa de mis viejos. Aunque hace mucho que no vivo allí, es MI casa. No puedo olvidarme de las tardes de voley en la puerta, o jugar con los zancos que me había hecho mi abuelo y eran la envidia de todo el barrio (a saber: dos palos largos y dos más cortitos clavados en los anteriores y donde se apoyaban los pies. Un tesoro). Más tarde los "asaltos", con todos los preparativos previos: papel celofan de colores en las bombitas, correr la mesa para dejar espacio para bailar, elegir los discos. Y por qué no, el 1º piso, donde me besaba "escandalosamente" con Roqui, mi primer novio.
Muchos recuerdos, que se hacen más patentes con cada cosa que va apareciendo al guardarlas en los cajones.
Así que mi estado de ánimo por estos días no es muy bueno.
Teniendo ésto (y muchos otros conflictos sin resolver) en mi cabeza, me levanté el lunes temprano. Teníamos una reunión de trabajo a las 10 y debía salir rápido.
Para variar un poco llovía. Quise ponerme el piloto y, ¡Oh sorpresa!, no estaba. Refunfuñando me puse la campera, conciente que no hacía mucho juego con la ropa que tenía debajo.
Al subir al tren encendí mi MP3, y descubrí que "alguien" había sacado la pila. De cualquier manera hubiera sido inútil: detrás mío subió un vendedor con su enorme equipo que empezó a martirizarme con "los románticos de todos los tiempos". Antes de cometer un "vendedorcidio" me puse a escuchar las letras. Patéticas.
En dos canciones (distintas y consecutivas) el atribulado muchacho le cantaba a su ex novia que se casaba con otro, diciéndole que nadie la querría como él. En la tercera el cantor ahuyaba que la dama en cuestión nunca olvidaría que había sido suya. ¡Qué costumbre! ¿Por qué los tipos se piensan que cuando salimos con alguien pasamos a ser de su propiedad? Las minas no nos quedamos atrás: "Fulanita me lo robó", como si fuera la birome que dejamos sobre el banco al salir al recreo.
Pero volvamos al tema del blog. Inspirada por la "onda retro" provocada por el vendedor de CD truchos, bajé a mi computadora muchos temas que me traían recuerdos felices (y no tanto).
Algunos fueron:
All night long-Lionel Richie
All by myself - Air Suply
Ebony & Ivory - Mc Cartney Paul & Steve Wonder
California somnolienta-The mamas & the papas
Goodbye yellow brick road - Elton John & Billy Joel
¿Y a ustedes qué canciones les traen recuerdos?

viernes, 5 de octubre de 2007

Lo que no fue


Virginia por fin tenía un celular nuevo. Hacía mucho que tenía teléfono, pero por razones presupuestarias siempre se había conformado con los más baratos.
Este era distinto. Tenía todos los chiches: alarma, agenda, conexión a Internet, mail. Ella que nunca se había interesado por la fotografía ahora le estaba encontrando el gustito.
Y ahí surgió un problema: necesitaba una conección entre su nuevo celular y la PC para poder bajar las fotos. Y una tarde que andaba por el shopping decidió comprar el puerto. Preguntó en el stand de su compañía pero no tenían. Pero ya estaba ansiosa, y lo compró en otro de los stands.
La chica que la atendió fue muy amable, y, como era costumbre, le dijo: "cualquier problema me lo traés".
Llegó a su casa pronto y, antes de ocuparse de otra cosa, se dispuso a instalar el nuevo aparato: ya no aguantaba más las odiosas melodías provistas por el equipo y quería bajarse sus canciones.
Pero la tecnología es mezquina, y su nuevo puerto no quiso funcionar.
Al día siguiente, a la salida del trabajo, fue nuevamente al shopping a hacer el reclamo. Esta vez fue el dueño del local quien la atendió. Le explicó que no tenía otro, pero que le traería un recambio el día siguiente. "Si me das tu teléfono te llamo y te cuento qué conseguí". Y ella se lo dió.
A la mañana siguiente, mientras viajaba hacia la oficina, recibió un mensaje de texto: "Hola Virgi. Tengo tu nuevo puerto. ¿Querés pasar esta tarde a buscarlo?" "No hay problemas, como decía ALF", fue la respuesta que le surgió poniéndole un poco de humor a esa mañana tediosa.
Y allí fue. Juan la sorprendió con su comentario: "Me hiciste reir mucho esta mañana con tu mensajito. Me alegraste el día". Y se llevó su nuevo complemento.
Pero no hubo caso. Y los mensajitos empezaron a cruzarse. "Te conseguí un cable". "Bueno, voy esta tarde". Pero tampoco. Y siguieron otros, con el mismo éxito. "Ya no sé qué hacer con vos. Te devuelvo la plata". "No quiero la plata: quiero la conección".
Sin darse cuenta Juan y Virginia empezaron a acercarse. Ya se saludaban como viejos amigos cuando ella iba al negocio. Y se quedaban hablando un rato largo.
Por fin, uno de esos endiablados aparatos quiso andar, y Virginia se olvidó de avisarle a Juan como había quedado. Otras preocupaciones ocupaban su cabeza en ese momento.
Una mañana lluviosa, casi un mes después, Virginia pasó por la puerta del shopping. Diluviaba. Más por protegerse que por acordarse de Juan entró en la galería. Y lo vió.
"¿Qué hacés por acá a la mañana?", preguntó ella. "La empleada no pudo viajar con este aguacero y vine a reemplazarla. ¿Tomamos un café? No hay nadie, y si nos sentamos cerca puedo vigilar el local...". Y subieron al primer piso.
Charlaron mucho. Ese acento del interior que él tenía seducía a Virginia.
De pronto la mirada de ella se perdió en los ojos oscuros de Juan.
La lluvia arreciaba en el techo, y a Virginia eso siempre la erotizaba. Ya no tenía mucha importancia lo que hablaban. Dijeron algo de los hijos y los viajes, le pareció.
Su mirada bajó hacia su camisa abierta y se encontró allí con una mata de pelo sobresaliente. ¿Cuánto hacía que no apoyaba su cabeza sobre un pecho enredando sus dedos entre los rulos oscuros? ¡Cuánto ansiaba acariciar a alguien! Sintió la urgencia y su sangre corría por sus venas inundándola de un calor maravilloso.
Eran sensaciones viejas que su mente se esforzaba por olvidar y su cuerpo se negaba a dejar. Su mirada no podía apartarse de esa "V" oscura que se formaba enmarcada por el blanco de su camisa.
Tal vez el miedo, tal vez la sensación de "ya no estoy para estas cosas", lo cierto es que Virginia, sin quererlo, dijo "me tengo que ir".
- ¿Estás apurada?
- No, pero...
- Yo estoy acá de lunes a lunes. Cuando tengas ganas pasá y tomamos otro café.
- Bueno, cuando tenga un rato.
Y salió al estacionamiento. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas. La lluvia ya poco importaba...

jueves, 4 de octubre de 2007

China Town y el Museo Británico


Ese día me levanté muy temprano y fui a Piccadilly Circus. Con mi inglés básico me las arreglaba lo mas bien. Pude comprar, viajar, llegar a los lugares que quería. Me costaba un poco entender, pero todos eran muy amables y me explicaban con suma cortesía.
Llegado que hube a Piccadilly Circus, enseguida encontré China Town. ¡Esto es un barrio chino! Hay restaurantes, masajes, bancos, agencias de viaje… El tema es que antes de las 11.00 parece que nadie amanece. Para colmo, si querés tomar algo te traen huevos, tocino, tostadas, mermelada… ¡Ni se les ocurra café con leche y medias lunas (en todo caso, croisants)!
Caminando llegué a Camden Market. Este es un lugar increíble. Es una de las construcciones más antiguas de Londres (fue construído en 1263), una mezcla de mercado central, San Telmo, Recoleta. Para descansar un poco me senté al solcito mientras escuchaba un concierto de 2 violines y un violonchelo espectacular. Después empecé mi recorrida.
Estuve en una librería cartográfica A-LU-CI-NAN-TE. Había de todo: millones de globos terráqueos de todos los tamaños imaginables (de la tierra y del espacio). Globos para inflar, mapas antiguos y modernos para hacer cuadros. Agendas, rompecabezas, imanes, stickers, cortinas para baño, mapas y guías de todas las ciudades del mundo que se puedan imaginar. Fue un deleite.
A continuación vi un negocio con todos los juegos de video que puedan imaginarse. Mi hijo menor (al que le falta sólo el contacto en la nuca de la Matrix) hubiera desaparecido ahí por varias horas.
También había un negocio dedicado al rock (London Rock, como correspondía en el subsuelo). No hice más que pensar en mi hija Lucía: se hubiera vuelto loca en ese lugar. Desde Bob Marley hasta Los Beatles, pasando por Queen, Deep Purple, AC/DC, etc., había de todo: discos de oro, posters, remeras, llaveros, stickers, tazas. Lo más maravilloso eran las réplicas en miniatura de los instrumentos. Estaba, por supuesto, la guitarra de Brian, la batería de Roger y de todos los demás grupos. Eso sí: entre 35 y 140 £. No sé el tiempo que estuve ahí, pero fue mucho.
Terminé de recorrer el mercado donde hay grabados antiguos, réplicas de monedas romanas, ropa, alhajas. Antes de irme, y para tomar aliento, escuché a una cantante lírica que, SIN MICROFONO, cantó un aria de La Traviata (esta vez a la sombra, porque hacía mucho calor) ¡Qué voz maravillosa!
Me levanté y, un poco con el mapa y otro poco preguntando, llegué al Museo Británico.
Lo 1º que hice en el museo fue encontrar una billetera en el suelo. Por las dudas, la guardé como estaba en la cartera. A la salida la dejé en la ventanilla de objetos perdidos, donde me agradecieron enormemente.
Primero entré al pabellón de América. Después de ver el resto, llegué a la conclusión que los americanos son los únicos que tenían en cuenta a las mujeres. Había muchas representaciones de mujeres embarazadas y de la Pacha Mama. Lo que más me impresionó fue una enorme vitrina con todos los venenos que podían producirse con plantas americanas. Esta vitrina medía unos 20 metros de largo por 1 de ancho, y estaba llena en su totalidad de píldoras, pastillas y ampollas. Cuando leías lo que esos venenos podían hacer se te ponía la carne de gallina.
A continuación fui al pabellón de Asia, y les voy a contar mi impresión. 1º fui al sector hindú. Sus estatuas son todas oscuras y tremendamente ornamentadas, y en asanas de yoga. Por supuesto estaba bisnú, con sus muchos brazos.
Lo curioso de esta escultura es que es “asexuada”. Hombres y mujeres tienen el mismo físico: hombros y caderas anchas, y cintura bien marcada. Se diferencian porque los hombres tienen pito y las mujeres tetas, pero nada más. Sin embargo, la sensación es que lo importante está adentro, conociéndose a sí mismo, encontrando la paz, aunque ese camino sea “oscuro”.
A continuación entré al pabellón de China. Acá las mujeres no existen. Las estatuas son muy coloridas, pero agresivas. Las expresiones son violentas, como para infundir miedo. Las armas te dicen “ojo, que puedo romperte la cabeza cuando me de la gana”. Al contrario de los hindúes, los chinos hacen estatuas “para afuera”. Nada de paz. Nada de conocerse a sí mismo. Tienen sed de conquista.
En el 3º piso encontré, por fin, los pabellones de los egipcios. Lo que más llama la atención es cómo vivían pendientes de la muerte. ¡Debía ser terrible vivir planeando morir!
Excepto algunos sarcófagos inmensos, la mayoría eran bastante chicos, por lo que llegué a la conclusión que los egipcios eran flacos y petizos. Ninguno era más alto que yo. Impresionaba ver las momias de los chicos: ¡Había algunas tan chiquitas! También se nota la gran diferencia social que existía. Había unos cuantos nobles, y TODO el resto de la población vivía para su cuidado.
Estaba también la piedra roseta, mucho más simple y chica de lo que imaginaba. Sin embargo, tiene una significación maravillosa. Los egipcios escribían, y escribían, y escribían… No hay muchos pueblos de la antigüedad que hayan dejado tanto legado para poder entenderlos.
Al fondo del salón hay un inmenso mural de piedra. Justo una guía estaba explicando, y me quedé a escuchar. Fue interesantísimo. Explicó cómo formaban los murales y la posición de cada persona marcando su status social. Hasta la escritura tenía distintas alturas.
En el siguiente salón estaban los animales. Había muchas esfinges con cuerpo de león y cabeza de distintos animales, sobre todo halcones. Y muchos, muchísimos gatos, todos estilizados. Había también momias de gatos y halcones.
Quería ver el pabellón de Japón, pero el sólo hecho de tener que subir 2 pisos más me hizo desistir de la idea.
Al bajar eché un vistazo al pabellón del Islam y al de Africa. Este último tiene una escultura muy primitiva, incluso más primitiva que la americana.
A la salida hay una tienda de souvenirs. Desde ya, no compré nada. 10 £ era la moneda corriente (lo que para nosotros significan $ 60), y para mí era mucho para comprar pavadas.
Cuando salí del museo pensé en tomar el subte y volver al hotel, pero era temprano y el sol estaba maravilloso, así que decidí volver sobre mis pasos en el mismo recorrido. Y fue una pegada.
Primero me senté en un primoroso bar a comer un sándwich. Acá, en todos los bares, hay 2 precios: si te sentás adentro y te atienden es un precio (eat in, le dicen). Si vas al mostrador y te servís vos mismo, sale la mitad (take away).
La porción era inmensa, así que me llevé medio sándwich de atún, mayonesa, lechuga, tomate, jamón y queso (y todo por 2,50 £).
Caminando me fui metiendo por todas las cuadras peatonales que encontré, todas dignas de postal.
Descubrí que, si uno quiere ir a un teatro, tiene que sacar la entrada acá, y no reservar antes. Tienen el sobrante del día, que sale 50 % menos, y los tickets discontinuos, que son entradas que quedaron sueltas en medio de la sala, y que cuestan el 25 % de la entrada original.
Llegué nuevamente al Camden Market a eso de las 16.30. ¡Fue una pegada! Había mucha gente, y tomé una gaseosa compartiendo la mesa con 2 típicas ladys inglesas, ya mayores, con las que estuve conversando un rato.
Además de la cantante lírica que seguía ahí, había magos, malabaristas, músicos varios. A cada paso tenías un espectáculo gratuito para ver.
Después desandé mis pasos por China Town y el centro comercial de Piccadilly. La ropa no era demasiado cara (teniendo en cuenta los precios de ahí), pero no había muchas cosas lindas. Eso sí: los zapatos te dejaban bizca. Creo que no ví ninguno feo. Y encima tenían precios razonables: tenés buenos zapatos desde 15 £ (100 $). Eso sí: todos parecen zancos. Había alguna que otra chatita, pero la mayoría tienen unos 10-12 cm de taco. Ya arrastrándome llegué a la estación Piccadilly Circus. En esa esquina hay una hermosa fuente con mucha gente sentada en sus escalones, y yo no fui la excepción: no tenía aliento ni para tomar el subte.
Ahí sentada se pueden escuchar todos los idiomas del mundo. Hay muchísimas palomas, más caraduras que las nuestras, y más chiquitas. Más de una me rozó al levantar vuelo.
Cuando por fin conseguí levantarme, y antes de tomar el subte, recorrí un mall ubicado en esa misma esquina (Lilly White). Ahí compré un bolso con rueditas por 5 £ y unas remeras hermosas para los chicos por 2 £. Y no pude seguir más. Tomé el subte, y al ser hora pico estaba lleno de gente. Con mis reflejos condicionados, traté de apurarme un poco para conseguir asiento. Pero acá las cosas son distintas: nadie empuja, o corre, o putea. Si el subte viene muy lleno, simplemente esperan el siguiente. Si hay alguna dama parada, ningún caballero osa tomar asiento. ¡Así da gusto!
Era temprano para llegar al hotel, pero yo no tuve ninguna intención de volver a asomar la nariz por ese día.

martes, 2 de octubre de 2007

"Lo importante es lo de adentro"


¿Estarán hablando de los Kinder Sorpresa? ¿O es un triste consuelo para los feos?
Porque digamos la verdad: ¿quién se lo cree?
Empezó Octubre, y con él llegaron las inevitables remeritas que dejan ver los estragos que el invierno produjo en nuestras anatomías. Ya no hay sweters holgados que disimulen.
A eso se suma la televisión, las revistas, el diabólico Pothoshop que nos hace ver a todos los mortales como Cuasimodos después de la tormenta.
Hace rato que no creo en esa mentira. Convengamos que aunque mi cerebro sea similar al de Stephen Hopkins, tenga la bondad de la Madre Teresa y me vista de geisha para alegrarle la noche a mi pareja, si luzco como Betty la fea nadie me va a dar pelota.
Y no creo que esté mal. Creo que todos tenemos la obligación de cuidarnos, tanto por nosotros mismos como por quien esté a nuestro lado.
No pretendo tener al lado mío al muchachito alto, esbelto y lindo con el que me casé cuando ya pasaron 20 años de convivencia. Pero tampoco a un gordo fofo de camiseta musculosa, short, medias ¾ oscuras y zapatos desparramado en el sofá viendo el fútbol del domingo.
Pero a veces creo que se nos va la mano. Tanto hombres como mujeres solemos ver sólo la cáscara. Lo importante es tener a un lindo partenaire en la cama, en lo posible que no abra la boca, pero nada más. Nos estamos acostumbrando a la chatura y la conversación banal, y encontrar a alguien con quien poder hablar de algo más que del pronóstico o del choque nuestro de cada día se está transformando en una rareza.
Se ve que me estoy poniendo vieja, porque ya no me alcanza con el sólo atractivo sexual. Y digo “no me alcanza” en lugar de “no me importa” porque esto segundo sería una mentira. Pero quiero algo más. Ya perdí las esperanzas de encontrar al amor de mi vida, pero no me conformo con un touch & go.
Pero, por las dudas, estoy averiguando para hacerme las lolas…