miércoles, 25 de julio de 2007

"Historias de diván" (Gabriel Rolón dixit)


Soy una fiel seguidora de Dolina desde tiempos inmemoriales. Si bien creo que debe ser un tipo jodidísimo, también sé que es brillante, que hace excelentes comentarios y que me divierte mucho.
Gabriel Rolón, su acompañante, me parece un poco rígido y esquemático. Sin embargo, cuando supe que había escrito un libro decidí incrementar su patrimonio y comprarlo.
Si bien tengo una formación técnica, me interesan también los temas psicológicos, místicos, artísticos. No sé si soy dispersa o polifacética.
Subido que hube al Roca una fría mañana (es increíble lo que este medio de transporte está colaborando con mi cultura), en lugar de preocuparme por la cantidad de gente me dispuse a disfrutar de ese mágico momento en que uno abre un libro nuevo.
Ya en el primer párrafo del Prólogo (sí, soy de las que los leen), Gabriel dice: "Cada vez que suena el teléfono de mi consultorio, sé que del otro lado de la línea alguien me está pidiendo ayuda. Y es allí donde enuentro mi lugar como analista. En ese espacio que una persona abre entre la angustia y el dolor, entre la impotencia y el deseo de salir de un lugar de sufrimiento."
Llegando a la conclusión que evidentemente soy dispersa, empecé a volar hacia mi propia experiencia psicoanalítica.
Hace unos 9 años transitaba por un momento muy álgido de mi vida. Estaba casada con un hombre que me despreciaba y martirizaba, encerrada en una casa que me sofocaba (en ese tiempo no trabajaba), sintiendo que bajaba brúscamente por una espiral hacia abajo.
Una noche decidí poner fin a todo eso, escribí cartas, y fui a despedirme de mis hijos que estaban durmiendo. Y fue en ese momento en que me dí cuenta que necesitaba ayuda.
Llamé a la obra social haciendo el requerimiento, y me dijeron que "alguien" se comunicaría conmigo.
Poco después sonó el teléfono. "Soy el Lic. Eduardo V.", dijo un hombre. Yo vivo en Témperley, y él vivía en Caballito. ¿Por qué acedí a ir a su consultorio si no era capaz ni de salir a la esquina? No lo sé. Pero esa hora semanal empezó a ser el centro de mi vida. Tomaba el Roca, y luego la línea A de subte. Me sentaba en el 1º asiento del 1º vagón y miraba el túnel a medida que el subte avanzaba. Y puteaba cuando me tocaba un vagón moderno. Era como entrar en otra dimension. Era MI lugar, MI tiempo, un sitio donde alguien se tomaba el trabajo de escucharme.
Junto a Eduardo inicié un camino difícil y maravilloso. Empecé a plantearme cosas, a crecer, a reforzar mi autoestima tan vapuleada.
Dos años después me separaba, echando a mi marido de casa.
Pero no me contenté con eso. Sabía que todavía tenía mucho camino por recorrer. No quería repetir la historia. Y seguí adelante con mi terapia.
En un principio dependía de Eduardo como del aire. Pero poco a poco él tuvo la habilidad de soltarme. La sensación es la del chico que aprende a andar en bicicleta, que un día se da cuenta que ya no está papá agarrándolo de atrás. Y siento que crecí, que él me enseñó a hacerme cargo de mi vida, que ahora soy feliz. Y si bien todavía queda mucho por resolver (siempre queda), me siento una mujer entera.
Siempre digo que no sé qué hubiera sido de mi vida sin él. Dudo que hubiese podido salir adelante. Y si bien ahora me tomé un "recreo terapéutico", sé que él está ahí, y que yo puedo acudir cuando lo necesite.
¡¡¡¡Gracias, mi gurú!!!!

3 comentarios:

La Incondicional dijo...

¿Qué hubiera sido de vos sin tu terapeuta? Probablemente lo mismo que ahora solo que con algún otro profesional. Besos,

F. Fabian S. dijo...

Se nota cierta dependencia.
Onda que si no fuera por el...
Y tu parte?, acaso el permitirse el cambio no es mas importante que el tipo que tenias enfrente?.
Nada hubiera podido él, si vos no hubieras querido.
Dejemos de hacerlos heroes. El cambio lo hace uno.
Un beso gatita.

Patricia "La Gata Flora" dijo...

La incondicional:
Probablemente hubiese sido lo mismo, pero su compañía fue un verdadero placer.
Gracias por tu comentario. Me divierte mucho tu blog