viernes, 8 de agosto de 2008

One year of love

Ema había hecho muchos esfuerzos para hacer ese curso de inglés “in situ”.
Tomó el avión con muchas expectativas, contenta de haberlo logrado.
La residencia en la que paraba era realmente cómoda aunque un poco alejada del centro. Pero el servicio de trenes era excelente y tardaba una media hora en llegar a clase.
Aunque desayunaba en la casa, siempre llegaba al colegio muy temprano, y había tomado la costumbre de tomar un café en la cafetería del lugar mientras leía el diario.
El curso le resultaba realmente provechoso, estimulante, interesante. Las conversaciones con personas de otros países y otras culturas le encantaban. No sólo estaba aprendiendo inglés, sino que estaba conociendo otras formas de vida.
Ya desde el principio había notado que Ben, uno de los profesores, la trataba con especial deferencia. Pero no le prestó demasiada atención porque era bastante más joven que ella y si bien no le desagradaba, tampoco era su tipo.
El segundo lunes la clase versó sobre el amor: frases, emociones, lugares de encuentro. Diez minutos antes de finalizar, hubo que escribir una carta. Sin demasiada inspiración, Ema escribió cosas como “Logras encender el fuego que hay en mí”, “Estoy hambrienta de tus caricias”, “necesito sentir tu aliento sobre mi piel” o “me encantaría recorrer todo tu cuerpo con mis dedos”, escuchando los consejos que le había dado un tiempo atrás un amigo.
De todas, Ben eligió su carta para leerla en público, y Ema notó horrorizada cómo él se excitaba visiblemente, hecho corroborado por todos los presentes. Ella estaba colorada como un tomate y no sabía dónde meterse, cuando llegó la hora de finalizar la clase.
Mientras los demás salían del salón Ben se acercó y le susurró “me encanta el estilo argentino”, y se fue.
Ella quedó bastante turbada, aunque la situación la había hecho sentir muy bien y pasó el resto del día con una sonrisa en los labios. Si debía ser sincera, le había encantado producir esa reacción.
A la mañana siguiente estaba tomando el cafecito de costumbre cuando lo vio llegar. Se sentó a su mesa y conversaron un rato. El idioma no era en absoluto un impedimento.
Todas las noches la escuela organizaba distintas actividades sociales, y esa noche habría una cata de cervezas en un lindo pub cercano. Hasta ese momento Ema no había ido a esas actividades porque generalmente eran salidas al teatro bastante caras y, además, no entendía tanto inglés como para seguir una obra completa. Pero esto era diferente, y le daba la posibilidad de conocer gente nueva. Así que cuando Ben le preguntó si iría, ella no dudó en contestar que sí.
Imaginando (o deseando) tener una noche especial, Ema buscó esmeradamente su ropa interior y exterior y la perfumó. Arregló su pelo, se maquilló, y partió rumbo al pub.
El lugar era bellísimo. Típicamente inglés, con la pintura oscura, luces tenues, adornos en dorado, madera. Tanto dentro como en la vereda, disfrutando de la templada noche había muchas personas probando las diferentes clases de cervezas que allí servían.
Ema se acercó a un grupo de conocidos que conversaban animadamente. Se sentía muy bien, porque había hecho muy buenas migas con mucha gente nueva de distintos países y diferentes culturas. Realmente disfrutaba esas charlas.
Ben discutía acaloradamente con Héctor, un español, sobre cuál de los dos imperios (el español o el británico) había sido más grande. Ema notaba divertida cómo cada uno mostraba su idiosincrasia: a Héctor le salía espuma por la boca, gesticulaba, daba millones de argumentos. Ben, flemático como buen inglés, sólo decía, sin mayores gestos, que no estaba de acuerdo.
Rato después Ben propuso caminar un rato. Sin saludar a nadie, Ema y él salieron del pub rumbo al parque.
En una actitud que la sorprendió notablemente, Ben la tomó de la cintura mientras caminaban. Los ingleses suelen mantener las distancias, así que ella no lo esperaba.
Caminaron bajo los árboles del parque. Se besaron, charlaron, mucho, se rieron. Siguieron caminando disfrutando la noche maravillosa que Julio les había regalado… y decidieron buscar un lugar menos público donde ponerse más cómodos.
Ya solos se desvistieron con urgencia. Se recorrieron con los ojos, con los dedos, con la lengua. Se poseyeron con pasión. Se amaron desenfrenadamente hasta que sus sexos se encontraron en una rítmica danza. Y continuaron haciendo el amor hasta quedarse dormidos, exhaustos.
La mañana los encontró abrazados, satisfechos. Volvieron a amarse bajo la ducha mientras el agua tibia recorría sus cuerpos y desayunaron juntos antes de ir a clases.
Aunque nadie hacía ningún comentario, Ema trataba de mantener la compostura en el college. No quería ser el centro de los chismes de los demás. Y aunque Ben entendió esta postura, no parecía muy preocupado por las habladurías.
Faltaban pocos días para terminar el curso, y no los desaprovecharon. Como Ben trabajaba hasta las 4, Ema aprovechaba la tarde para pasear por esa ciudad que amaba, para aspirar su perfume, para hacer algunas compras. Y se encontraban a la tardecita, cenaban juntos, caminaban por el West End, y se amaban apasionadamente.
Todo termina al fin, y esta no era la excepción. La última noche se mintieron que se escribirían, que volverían a verse. Pero hay mentiras que es lindo creerse.
Ema volvió a la casa a preparar la valija sin darse vuelta.
A la mañana siguiente tomó el tren hacia el aeropuerto con su valija, su bolso y una valija de viaje que había comprado. Moverse con todos esos bártulos no era nada sencillo.
Cuando intentaba bajar todo eso del tren alguien desde atrás dijo “Shall I help you?”, y ella de inmediato reconoció la voz.
- ¿Cómo es que estás acá?, preguntó ella.
- Es sábado, y tenía ganas de venir a despedirte, contestó él.
Ben la ayudó a despachar el equipaje, y a continuación tomaron el último café. La acompañó hasta la puerta de migraciones y volvieron a despedirse. Antes de irse, Ben le besó la mano, como un duque.

- Guacha, ¡te comiste un pendejo!, dijo su amiga Sandra al oír el relato.
- Si, nada importante…, mintió Ema.


1 comentario:

F. Fabian S. dijo...

Esos amores de vacaciones suelen parecer fotos sepias en poco tiempo.
Y porqué, porque no darles un lugar en los recuerdos de las cosas breves que dejan alguna marquita. Una linda sensacion. Y que tambien son valiosas.
Ahora, Ema querida, a la hora de los bifes, quienes califican mas, los latinos a o los sajones...