viernes, 28 de septiembre de 2007

Juventud divino tesoro


Después de unos días de ausencia vuelvo al ruedo.
Estuve un poco más loca que de costumbre porque mi hijo menor cumplió 18 años, y los festejos empezaron el jueves y terminaron el domingo.
Les explico: el jueves vino una brigada de amigos para cortar el pasto, ya llegando a nuestras rodillas por la lluvia reciente. De más está decir que el trabajo hecho de esa manera es mucho más divertido. Y, por supuesto, algunos se quedaron a cenar.
La fiesta empezaba el viernes a la noche. Tuvimos que ir a buscar una mesa larga que nos prestaron para poner afuera (que era tan larga que tuvimos que ir con el baúl abierto), los platos que nos prestó otra persona, las bebidas y el hielo para enfriarlas (fue una buena idea: las pusimos en la ducha del baño chico y pudimos usar la heladera para la comida). Al llegar a casa el auto parecía el de los Beverly Ricos.
Varios se quedaron a dormir, para colaborar el sábado que hicimos ñoquis (obsérvese que mi hijo cumple el 29). Mi hermano tiene un restaurante, así que allí fuimos a buscar una olla inmensa apta para tal fin. Hacer ñoquis para 25 no es tarea sencilla. Por suerte una de las chicas se quedó haciendo la salsa.
Cuando las reuniones se hacen al mediodía suelen extenderse toda la tarde, y ésta no fue la excepción. Y también pasa que se come y bebe muchísimo más.
Pero la cosa no terminaba ahí, porque el domingo había que festejar con la familia. Por suerte mi santa madre me trajo un peceto cocinado y bebida. Yo sólo preparé una ensalada de arroz con atún y el postre.
Hoy estoy descansando en el laburo, y pensando un poco.
Por lo que me cuentan, otras casas son diferentes de la mía. A este refugio del hombre estoy por bautizarla "Roma", porque parece que todos los caminos conducen hacia acá.
Por ejemplo el lunes, al llegar del trabajo, estaban los amigos de mi hijo mayor, que hace teatro, preparando los disfraces para la obra de fin de año. Mate va, mate viene, llenaron toda la cocina de papel maché, globos y brillantina.
Unos días antes Fede (el del cumple) entraba más tarde al colegio. ¿Dónde creen que desayunaron todos? ¡¡Sí!! ¡Adivinaron! En mi casa.
Los amigos de mi hija dicen que les encanta venir acá, así que los sábados hacen "la previa" antes de salir, lo que significa hacer prepizzas (las compradas están imposibles cuando se trata de un batallón). Hace algunos fines de semana convergieron los amigos de los 3, por lo que mi cocina parecía Florida a la hora pico. Por suerte siempre tengo paquetes de polenta salvadores.
A tal punto se sienten cómodos que me ha pasado de llegar a casa y encontrar a los amigos SIN mis hijos. "¿Dónde andan los chicos?", pregunto ya nada sorprendida. "Fueron hasta la panadería", responden como si tal cosa.
Durante la semana siempre hay algún convidado a cenar. Y los domingos nunca sé con cuántos me voy a encontrar durmiendo en casa. A tal punto que mi última inversión fue comprar una enorme mesa de quincho para la cocina (que es muy grande), y tengo un futón y un sofá cama para esas eventualidades.
Pero el asunto no se limita a mi casa: a pesar de ya ser grandes, mis hijos siguen vacacionando conmigo. Hace 2 años fuí a la costa con ellos 3, y dos amigas de mi hija (5 adolescentes para este pobre cuerpo...). No hace falta que les cuente que allá había otros amigos que se reunían en el departamento (ese Enero no paró de llover) a jugar a las cartas o ver películas.
Hace 3 años fuimos a Villa General Belgrano, en Córdoba. Desde luego, mi hija tenía amigos en ese lugar.
En Julio mi hijo viene un día y me dice "Mamu... ¿Venís conmigo a la reunión del viaje de egresados?" "Sí, hijito, por supuesto" fue mi obvia respuesta sabiendo de antemano que se traía algo entre manos, porque usó "mamu" en lugar del clásico "ma". Esa misma noche me enteré que viajaría a Bariloche custodiada por 99 egresados.
Pero allí no termina la cosa. A veces mi hija me dice: "Má, ¿podés venir mañana temprano de la oficina que vienen las chicas a que les expliques matemáticas?" "¿Y cuántas son?". "5 ó 6, nomás".
Pero tiene su parte linda. A veces tenemos conversaciones realmente fantásticas. Me gusta mucho conversar con ellos y ver cómo intercambiamos ideas, cómo defienden sus argumentos. Desde chicos les enseñé a mis hijos que debían cuestionar todo, en especial lo que yo les digo, y hacer lo que ellos consideren correcto. Y, a veces para mi pesar, aprendieron muy bien la lección. No puedo decirles cualquier cosa, y suelen remarcarme los errores que cometo. Como dicen por ahí, el pez por la boca muere (en este caso, el pez vengo a ser yo).
Y debo confesarles algo: a pesar del bochinche, de ver la alacena disminuir en progresión geométrica, de nunca tener la casa en perfecto orden... ¡Me encanta!

5 comentarios:

Guillo dijo...

A bueno, eso si que es festejar un cumpleaños! generalmente la gente vuelve cuando la pasa muy bien y seguro que tu "Roma" no es la excepción. Muy buena anfitriona, los resultados están a la vista.

Besote

♋ Mariposa dijo...

buenìsimo texto,lo vivo con mis hijos tambièn....Besos Patricia

La Incondicional dijo...

Pato, genia, me hiciste acordar a las reuniones Campanelli que había en casa cuando aún vivían mis viejos. Hoy no estoy segura de poderlas soportar, pero tenían su encanto.

Patricia "La Gata Flora" dijo...

Guillo,
Adoro tener una casa de puertas abiertas. Será que siempre fue así en lo de mis viejos.
Y soy una convencida que las casas son para vivirlas, NO para mantenerlas enceradas.

Mariposa,
Es fantástico cuando los hijos hacen de su casa SU LUGAR y pueden compartirla con sus amigos. Será que a mí me pasó, y todavía recordamos con mis amigos las cosas que hacíamos en lo de mis viejos.
Besos, y que mejoren pronto las cosas.

Patricia "La Gata Flora" dijo...

Incondicional,
Yo tampoco estoy segura de poder seguir aguantándolas. De lo que sí estoy segura es que me hace muy feliz saber que mis hijos encuentran su lugar en su propia casa en lugar de buscarlo afuera.