jueves, 4 de octubre de 2007

China Town y el Museo Británico


Ese día me levanté muy temprano y fui a Piccadilly Circus. Con mi inglés básico me las arreglaba lo mas bien. Pude comprar, viajar, llegar a los lugares que quería. Me costaba un poco entender, pero todos eran muy amables y me explicaban con suma cortesía.
Llegado que hube a Piccadilly Circus, enseguida encontré China Town. ¡Esto es un barrio chino! Hay restaurantes, masajes, bancos, agencias de viaje… El tema es que antes de las 11.00 parece que nadie amanece. Para colmo, si querés tomar algo te traen huevos, tocino, tostadas, mermelada… ¡Ni se les ocurra café con leche y medias lunas (en todo caso, croisants)!
Caminando llegué a Camden Market. Este es un lugar increíble. Es una de las construcciones más antiguas de Londres (fue construído en 1263), una mezcla de mercado central, San Telmo, Recoleta. Para descansar un poco me senté al solcito mientras escuchaba un concierto de 2 violines y un violonchelo espectacular. Después empecé mi recorrida.
Estuve en una librería cartográfica A-LU-CI-NAN-TE. Había de todo: millones de globos terráqueos de todos los tamaños imaginables (de la tierra y del espacio). Globos para inflar, mapas antiguos y modernos para hacer cuadros. Agendas, rompecabezas, imanes, stickers, cortinas para baño, mapas y guías de todas las ciudades del mundo que se puedan imaginar. Fue un deleite.
A continuación vi un negocio con todos los juegos de video que puedan imaginarse. Mi hijo menor (al que le falta sólo el contacto en la nuca de la Matrix) hubiera desaparecido ahí por varias horas.
También había un negocio dedicado al rock (London Rock, como correspondía en el subsuelo). No hice más que pensar en mi hija Lucía: se hubiera vuelto loca en ese lugar. Desde Bob Marley hasta Los Beatles, pasando por Queen, Deep Purple, AC/DC, etc., había de todo: discos de oro, posters, remeras, llaveros, stickers, tazas. Lo más maravilloso eran las réplicas en miniatura de los instrumentos. Estaba, por supuesto, la guitarra de Brian, la batería de Roger y de todos los demás grupos. Eso sí: entre 35 y 140 £. No sé el tiempo que estuve ahí, pero fue mucho.
Terminé de recorrer el mercado donde hay grabados antiguos, réplicas de monedas romanas, ropa, alhajas. Antes de irme, y para tomar aliento, escuché a una cantante lírica que, SIN MICROFONO, cantó un aria de La Traviata (esta vez a la sombra, porque hacía mucho calor) ¡Qué voz maravillosa!
Me levanté y, un poco con el mapa y otro poco preguntando, llegué al Museo Británico.
Lo 1º que hice en el museo fue encontrar una billetera en el suelo. Por las dudas, la guardé como estaba en la cartera. A la salida la dejé en la ventanilla de objetos perdidos, donde me agradecieron enormemente.
Primero entré al pabellón de América. Después de ver el resto, llegué a la conclusión que los americanos son los únicos que tenían en cuenta a las mujeres. Había muchas representaciones de mujeres embarazadas y de la Pacha Mama. Lo que más me impresionó fue una enorme vitrina con todos los venenos que podían producirse con plantas americanas. Esta vitrina medía unos 20 metros de largo por 1 de ancho, y estaba llena en su totalidad de píldoras, pastillas y ampollas. Cuando leías lo que esos venenos podían hacer se te ponía la carne de gallina.
A continuación fui al pabellón de Asia, y les voy a contar mi impresión. 1º fui al sector hindú. Sus estatuas son todas oscuras y tremendamente ornamentadas, y en asanas de yoga. Por supuesto estaba bisnú, con sus muchos brazos.
Lo curioso de esta escultura es que es “asexuada”. Hombres y mujeres tienen el mismo físico: hombros y caderas anchas, y cintura bien marcada. Se diferencian porque los hombres tienen pito y las mujeres tetas, pero nada más. Sin embargo, la sensación es que lo importante está adentro, conociéndose a sí mismo, encontrando la paz, aunque ese camino sea “oscuro”.
A continuación entré al pabellón de China. Acá las mujeres no existen. Las estatuas son muy coloridas, pero agresivas. Las expresiones son violentas, como para infundir miedo. Las armas te dicen “ojo, que puedo romperte la cabeza cuando me de la gana”. Al contrario de los hindúes, los chinos hacen estatuas “para afuera”. Nada de paz. Nada de conocerse a sí mismo. Tienen sed de conquista.
En el 3º piso encontré, por fin, los pabellones de los egipcios. Lo que más llama la atención es cómo vivían pendientes de la muerte. ¡Debía ser terrible vivir planeando morir!
Excepto algunos sarcófagos inmensos, la mayoría eran bastante chicos, por lo que llegué a la conclusión que los egipcios eran flacos y petizos. Ninguno era más alto que yo. Impresionaba ver las momias de los chicos: ¡Había algunas tan chiquitas! También se nota la gran diferencia social que existía. Había unos cuantos nobles, y TODO el resto de la población vivía para su cuidado.
Estaba también la piedra roseta, mucho más simple y chica de lo que imaginaba. Sin embargo, tiene una significación maravillosa. Los egipcios escribían, y escribían, y escribían… No hay muchos pueblos de la antigüedad que hayan dejado tanto legado para poder entenderlos.
Al fondo del salón hay un inmenso mural de piedra. Justo una guía estaba explicando, y me quedé a escuchar. Fue interesantísimo. Explicó cómo formaban los murales y la posición de cada persona marcando su status social. Hasta la escritura tenía distintas alturas.
En el siguiente salón estaban los animales. Había muchas esfinges con cuerpo de león y cabeza de distintos animales, sobre todo halcones. Y muchos, muchísimos gatos, todos estilizados. Había también momias de gatos y halcones.
Quería ver el pabellón de Japón, pero el sólo hecho de tener que subir 2 pisos más me hizo desistir de la idea.
Al bajar eché un vistazo al pabellón del Islam y al de Africa. Este último tiene una escultura muy primitiva, incluso más primitiva que la americana.
A la salida hay una tienda de souvenirs. Desde ya, no compré nada. 10 £ era la moneda corriente (lo que para nosotros significan $ 60), y para mí era mucho para comprar pavadas.
Cuando salí del museo pensé en tomar el subte y volver al hotel, pero era temprano y el sol estaba maravilloso, así que decidí volver sobre mis pasos en el mismo recorrido. Y fue una pegada.
Primero me senté en un primoroso bar a comer un sándwich. Acá, en todos los bares, hay 2 precios: si te sentás adentro y te atienden es un precio (eat in, le dicen). Si vas al mostrador y te servís vos mismo, sale la mitad (take away).
La porción era inmensa, así que me llevé medio sándwich de atún, mayonesa, lechuga, tomate, jamón y queso (y todo por 2,50 £).
Caminando me fui metiendo por todas las cuadras peatonales que encontré, todas dignas de postal.
Descubrí que, si uno quiere ir a un teatro, tiene que sacar la entrada acá, y no reservar antes. Tienen el sobrante del día, que sale 50 % menos, y los tickets discontinuos, que son entradas que quedaron sueltas en medio de la sala, y que cuestan el 25 % de la entrada original.
Llegué nuevamente al Camden Market a eso de las 16.30. ¡Fue una pegada! Había mucha gente, y tomé una gaseosa compartiendo la mesa con 2 típicas ladys inglesas, ya mayores, con las que estuve conversando un rato.
Además de la cantante lírica que seguía ahí, había magos, malabaristas, músicos varios. A cada paso tenías un espectáculo gratuito para ver.
Después desandé mis pasos por China Town y el centro comercial de Piccadilly. La ropa no era demasiado cara (teniendo en cuenta los precios de ahí), pero no había muchas cosas lindas. Eso sí: los zapatos te dejaban bizca. Creo que no ví ninguno feo. Y encima tenían precios razonables: tenés buenos zapatos desde 15 £ (100 $). Eso sí: todos parecen zancos. Había alguna que otra chatita, pero la mayoría tienen unos 10-12 cm de taco. Ya arrastrándome llegué a la estación Piccadilly Circus. En esa esquina hay una hermosa fuente con mucha gente sentada en sus escalones, y yo no fui la excepción: no tenía aliento ni para tomar el subte.
Ahí sentada se pueden escuchar todos los idiomas del mundo. Hay muchísimas palomas, más caraduras que las nuestras, y más chiquitas. Más de una me rozó al levantar vuelo.
Cuando por fin conseguí levantarme, y antes de tomar el subte, recorrí un mall ubicado en esa misma esquina (Lilly White). Ahí compré un bolso con rueditas por 5 £ y unas remeras hermosas para los chicos por 2 £. Y no pude seguir más. Tomé el subte, y al ser hora pico estaba lleno de gente. Con mis reflejos condicionados, traté de apurarme un poco para conseguir asiento. Pero acá las cosas son distintas: nadie empuja, o corre, o putea. Si el subte viene muy lleno, simplemente esperan el siguiente. Si hay alguna dama parada, ningún caballero osa tomar asiento. ¡Así da gusto!
Era temprano para llegar al hotel, pero yo no tuve ninguna intención de volver a asomar la nariz por ese día.

2 comentarios:

La Incondicional dijo...

Inglés básico!!! Cómo no me avisaste???? Yo lo hablo muy bien, la próxima llevame con vos y te hago de intérprete. Porfis, porfis, porfissssssssss...

Patricia "La Gata Flora" dijo...

Incondicional,
¡Con todo gusto! Si el Banco Nación quiere, estoy planeando mi próxima odisea para Julio de 2008, cuando pienso ir a París y, por supuesto, pegarme otra vueltita por Londres. Eso sí: soy bastante rata, y me alojo en albergues estudiantiles. ¿Tenés mucha historia?